La isla de los susurros, de Frances Hardinge

La isla de los susurros
Frances Hardinge (trad. de Noemi Risco Mateo)
Bambú editorial
Tapa dura | 136 páginas | 12,90€



Ya era la mitología griega la que imaginaba –y creía– que el barquero Caronte del inframundo, gobernado por Hades, era el encargado de transportar las almas de los fallecidos a través del río Aqueronte hacia el más allá. Su historia y su figura, símbolo de la transición de la vida a la muerte, ha sido revisitada y reinterpretada a lo largo de los años y por las diferentes culturas del mundo. Para Frances Hardinge, en La isla de los susurros (obra nominada a la medalla Carnegie), más que una figura tenebrosa, utiliza su mito (que no su inmortalidad) para contar un cuento tradicional, una especie de fábula para niños (¡y adultos!) en la que Milo, su protagonista, se enfrenta –y encuentra– a una peligrosa misión que le hará encontrarse consigo mismo y su lugar en el mundo. Una aventura marina de cuento de hadas gótico con fantasmas, enriquecida con ilustraciones atmosféricas de Emily Gravett.

El viaje de Milo
En Merlank, el padre de Milo –nuestro protagonista– desempeña un papel vital: es el barquero. Como tal, es el encargado y responsable de transportar a los muertos (o más bien, sus almas) a un lugar donde los espíritus puedan ser al fin libres de este mundo, tras sobrevivir obstaculizados por la niebla pegajosa de la isla. Milo, de la noche a la mañana, cuando su padre es asesinado por negarse a dejar el espíritu de la hija del Lord en Merlank, se ve obligado a convertirse en barquero, a pesar de que su padre siempre consideró que no lo podría hacer por su comprensiva forma de ser. Empieza así un viaje de aventura y descubrimiento, mientras dos magos oscuros y un lord vengativo lo persiguen por un extraño y peligroso mar insondable.
La isla de Merlank
En la brumosa isla de Merlank los espíritus no son como los que existen en cualquier otro lugar. Estos, atascados por la niebla pegajosa que rodea Merlank, deambulan por la isla hasta que el barquero guía su espíritu a dónde deben ir, más allá del mar. Podrías captar sus voces, escuchar sus lamentos o peticiones si vistar Merlank, pero eso sólo desembocaría en un desastre para todos. Podría ser incluso la muerte. Para ello, el barquero creado por Frances Hardinge, nuestro Caronte de La isla de los susurros, debe tomar los zapatos del recién fallecido y llevarlos, invitándolos a su barco, más allá de Merlank –a través del mar– hasta ser libres en la Isla de la Torre Rota, cercana pero lejana a la vez, que juega con sus propias reglas y compromisos. Algo para lo que Milo, aunque no lo crea, está más preparado de lo que parece.

La fábula de los susurros
La isla de los susurros, una lectura destinada a un público de grado medio (+12 años), hace que Francés Hardinge reduzca –un poco– su prosa familiarmente exuberante (y de nuevo bellamente traducida por Noemi Risco Mateo) que vemos en algunas de sus otras obras (El destramador de maldiciones), así como su alambicado telar de tramas. La isla de los susurros se asemeja más a un cuento, a un viaje físico y personal, repleto de obstáculos y observaciones, que nos hacen pensar en los conceptos de muerte, dolor, legado, duelo y responsabilidad. Narrado con una estructura sencilla de fábula tradicional, Hardinge maneja un tema clásico con una relación paternofilial como centro emocional, y un protagonista, que pese a lo que parece, está a la altura de las circunstancias. Sin embargo, tranquilos fans de Frances Hardinge, que esta nunca deja de lado su halo de oscuridad e imaginación.
El arte de ilustrar cuentos
Si bien el viaje de Milo en La isla de los susurros narrado por Francés Hardinge es lo suficientemente significativo y poderoso para mantenerse a flote como un buen libro de grado medio, son las ilustraciones de Emily Gravett –con la que también ha publicado este año The Forest Of A Thousand Eyes– en tonos índigo y negros las que resaltan las sensaciones conmovedoras y enigmáticas de la historia, así como su esencia oscuramente gótica. El lenguaje poético propio de Hardinge se ve complementado y enmarcado por las sencillas y evocadoras imágenes de Emily Gravett, elegantemente intrincadas, melancólicas y misteriosas que demuestran la importancia emocional del arte a la hora de contar historias. Un valor añadido a una obra escalofriantemente encantadora, nunca condescendiente con el lector, y que cuenta una recomendable –sobre todo por sus complejos conceptos– historia de transición a la edad adulta.

Otros enlaces de interés:

Comentarios

  1. Me encantan este tipo de historias: ¡me la llevo apuntada!
    Un beso y feliz semana lectora :-)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Lo primero de todo, GRACIAS por comentarme, asi me haces un poco más feliz. Lo segundo, si vas a comentar espero que sea desde el respeto a los demás y con este blog.
Gracias por tu comentario y visitarme :)