Gwendolyn Kiste (Trad. de José Ángel
de Dios)
Dilatando Mentes
Siempre me resulta fascinante pensar como existen ciertos hitos o momentos traumáticos pueden marcar parte de nuestra trayectoria vital. Por ejemplo, una pequeña lesión mientras jugaba al fútbol sala me llevó a descubrir mi pasión por los maratones. Y mírame ahora… Es extraño como los sucesos del pasado parecen, a la larga y vistos en perspectiva, un hecho fantasioso que marca el devenir de nuestras vidas. A veces, no son tan positivos como mi ejemplo anterior. Otras, no son más que anclas emocionales que nos atan a un pasado del que no podemos escapar. Son como un muro de hormigón armado contra el que chocamos una y otra vez, pero que nunca podemos atravesar. Algo similar es lo que le pasa a Phoebe en Las doncellas de óxido.
Veintiocho años después de
abandonar su hogar en la calle Denton (Cleveland), Phoebe Shaw vuelve a casa
para ayudar en la mudanza de su madre. Su regreso no hará más que despertar
unos recuerdos del pasado que hicieron de su pequeña ciudad un lugar conocido.
Viajaremos en el tiempo hasta 1980, donde una joven Phoebe comparte su vida
junto a su prima y mejor amiga Jaqueline. Tras graduarse en la escuela
secundaria, y pese a que les persigue la sombra de un futuro desalentador en
una ciudad de fábricas abandonadas donde sobrevuela la huelga, tienen
esperanza. Un futuro. Sin embargo, todo se ira al garete cuando tanto Phoebe como Jacqueline descubran
un extraño suceso: las jóvenes del pueblo se están marchitando, sus uñas se
transforman en cristales y sus huesos en metal oxidado.
Cubierta de su edición original
La cercanía como punto de
partida
Ganadora del Premio Bram Stoker
en la categoría de mejor primera novela en 2019, Gwendolyn Kiste nos coge entre
sus garras con una escritura íntima y cercana para darnos un inquietante tour
de horror corporal y ambiental. La bella prosa de la autora, cuidada y con
tendencia a lo lírico en ocasiones, nos hace partícipes del sin vivir que
enfrenta Phoebe cada día. Es como estar leyendo la mente de una persona, mas
allá de un diario personal, donde el mismo lector siente el desaliento y la
culpabilidad que lleva años acosando a Phoebe. El martillo pilón que ha taladrado su
corazón cada día para no permitirle avanzar. Con esos vistazos al presente, que
funcionan como un interruptor al pasado, comprendemos cada vez más su deseo de
extirpar los demonios y pasar página, aunque no pueda.
Su hambre de respuestas y sus
recuerdos al pasado nos transportan a una calle que funciona como segundo
personaje principal de Las doncellas de óxido. La calle Denton se palpa y se siente en cada página: los grises
edificios, las barbacoas vecinales, las misas obligatorias de los domingos, los
piquetes obreros… El sentimiento de desesperación va desgarrando como un arma
afilada nuestra alma hasta hacer mella. Una ciudad en ruinas como reflejo de
una vida sin futuro. De una vida de subsistencia, decadencia y depresión, donde
intentar solo se puede intentar sobrevivir. Es un lugar gris, plomizo, desolador y solitario, donde la
ausencia de futuro es un mecanismo más de terror.
Lo macabro como metáfora
Probablemente muchos de los
lectores de Las doncellas de óxido caigamos embelesados, en un primer
momento, por la promesa de violencia y terror ontológico que puede inducir su sinopsis. Por esa imagen de
mujeres transformadas en monstruos de metal donde prima el horror intra y extra
corpóreo. Tranquilos, que estar están. Sin embargo, no creo que de la forma que
uno podría esperarse. Kiste es habilidosa al usar sus doncellas como metáfora,
como símbolos de una humanidad fría donde parece no haber cabida para lo
extraño y diferente. El efecto de las mutaciones sobre las personas del pueblo,
sobre las propias chicas y Phoebe, funcionan como un espejo sobre el que pierden su
propia identidad. Es nuestra ancla. Es el temor a dar el último paso hacia la edad adulta
y cambiar. Es la negación para aceptar los cambios que deben llegar. Que siempre llegan.
Ilustración interior
Una patina de esperanza
Puede no parecerlo, pero Las
doncellas del oxido es un libro con cierta esperanza. Es un texto que
valora la amistad por encima de todo, proponiéndola como un bálsamo para
sobrevivir a nuestros peores temores. A través de la intimidad angustiosa que
establecemos con Phoebe, y de esa ciudad sin futuro, podemos vislumbrar que al
final del túnel a veces hay luz. Que los cambios existen y son complicados,
pero que reamarse a uno mismo es posible. No será fácil, claro que no. Superar
un trauma y pegar un corazón destrozado nunca puede serlo. Pero es posible, y
solo saberlo, regala una pequeña pátina de esperanza.
Las doncellas del óxido es difícil de clasificar. También de olvidar. La descomposición, física y psicológica, permea del libro creando una extraña
sensación de perdida al terminar. Acompañada de una espléndida playlist,
la edición de Dilatando Mentes encabezada por la espectacular portada e
ilustraciones interiores de Juan Alberto Hernández, incluye prólogo de Antonio
Torrubia y un imprescindible postfacio de Silvia Broome.
Otras reseñas de interés
Bueno, ya te lo había dicho y lo repito: esta es una lectura que caerá en mis manos. Con tanto pendiente no sé cuando le haré un hueco, pero caer... caerá :-)
ResponderEliminarGracias por la reseña, Mangrii.
Besos.
Creo que te va a gustar muchísmo :)
Eliminar¡Hola! Tiene muy buena pinta. Parece uno de esos libros que, cuando dejas de leer, sigues pensando en ellos. Me lo apunto.
ResponderEliminarUn abrazo :)
¡Gracias! Espero que te guste :)
Eliminar¡Hola!
ResponderEliminarMe has dejado con unas ganas locas de leerlo, en serio. Ahora mismo me lo apunto en la lista de deseos.
Y la ilustración es increíble^^
¡Un saludo!
¡Genial! Juan Alberto, un crack. Espero que la disfrutes :)
EliminarMe lo acabo de leer y pienso como tú, que es un gran libro. Esta editorial está rompiendo moldes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Esta armando poco a poco un catálogo que cojas el título que cojas, será un acierto :)
Eliminar