Aranzazu Serrano Lorenzo
Plaza & Janes
Rústica / digital | 776 páginas | 24,90€ / 11,99€
Diez años, nada menos, cumplió el pasado julio Los hijos de la nieve y la tormenta, la que es el inicio de una de las sagas de fantasía épica nacionales más vendidas —y reconocidas— de los últimos años. Seis años después de la publicación de El azor y los cuervos, regreso Aranzazu Serrano a las librerías con una tercera entrega —La loba blanca— que cierra el arco narrativo construido a través de los tres primeros libros de la saga. Casi 2500 páginas acumuladas que funcionan como un tapiz de historias, como una sinfonía de personajes, generaciones y emociones que vibran en la misma secuencia. La tercera generación del mismo linaje en el reino de Neimham se encuentra comandada por la curiosa Astryt, que nos lleva de vuelta hasta el medievo nórdico inspirado en la cultura vikinga y en la mitología nórdica creado por Aranzazu. La culminación de una profecía de dos pueblos antagonistas (Kranyal y Djendel) que dice que ya en el pasado estuvieron unidos, y en el futuro volverían a estarlo. Del viaje de Astryt pende todo el futuro (profetizado) de Neimhaim.
Astryt, la heredera perdida
Hija de Jörn y Sygnet, nieta de Ailsa y Saghan, la heredera del trono de Neimhaim a la que casi todo el pueblo rechaza, vive apartada de la sociedad en la Escuela de Guerra, junto a las hermanas Urke como profesoras (y protectoras) y los hijos de Sigfred Bäradlig como compañeros y amigos. Su mutismo absoluto, sus extraños dones y su amenazadora apariencia la hacen ser despreciada, más allá del pasado de su odiado padre. Castigada y encerrada en una prisión subterránea de la que es imposible escapar por mera obligación y sublevación, la joven descubre cómo liberar su mente y espíritu a través de las imágenes que le muestra una flor de cristal que encontró de niña, y que parece conectarla (misteriosamente) a las vivencias de un hombre de otra época. Dos mundos, dos tiempos y dos almas separadas por una distancia imposible, pero íntimamente unidas y conectadas por los hilos de un Destino que parece empezar a tambalearse.
Ilustración de Astryt de Vero Navarro
Pasado, presente y futuro
El elemento más apasionante de estar tercera entrega de Neimhaim es su inesperada estructura, así como su perspectiva fatalista desde los primeros compases. Pasado, presente y futuro se entremezclaban, recuerdos de tiempos más allá de la realidad que vivían, de sus antepasados y también de sus descendientes. Dos hebras se encontraban en el Tapiz. Dos hilos que fueron uno volvían a entretejerse… dice el propio libro. A medida que avanza la historia, Astryt conocerá la verdad sobre su pasado, y más importante, el de su propio pueblo. Sin embargo, pagará por ello un precio que hará tambalear el destino. La historia de Nídunn, que nos llevará hasta ese —hasta ahora— inexplorado pasado de Neimhaim a través del cristal conectado con Astryt, nos reunirá con otros dos clanes del pasado, los úlfhedinn y las skaldmö. Cada pieza va encajando con soltura, cada subtrama encuentra su resolución y el resultado es un final coherente y poderoso, repleto de duras decisiones que honra el viaje de los personajes hasta el momento. No hay cabos sueltos, solo un epílogo que te deja reflexionando sobre el legado y el futuro de la saga.
Otros personajes, misma esencia
El modelo a seguir de Neimhaim siempre ha dicho Aranzazu Serrano que era el de las sagas islandesas. Cientos de años de generaciones, al igual que en Dune, que muestran la evolución y transformación progresiva de un mundo a lo largo del tiempo presentada a través de diferentes generaciones de una misma rama familiar. En Neimhaim son los Reyes Blancos, cuyo protagonismo recala esta vez en la curiosa Astryt. Si en Los hijos de la nieve y la tormenta se invertían los roles de género tradicionales en la fantasía de la época, con esa Ailsa que actualizaba la figura clásica del héroe como si Éowyn fuera por una vez la protagonista; El azor y los cuervos nos mostró a ese extraño antilíder pacificador que era Jörn; en La loba blanca descubrimos a Astryt, un personaje rompedor, que no puede hablar, pero que aborda la presión de su destino y carga —a la vez que resuena— con todo lo construido previamente en la saga. Su limitación narrativa externa se ve alimentada por un mundo interior que repercute dentro de nosotros como lectores. Su comunicación silenciosa la mayoría de las veces dice más que unas simples palabras.
Genealogía actualizada de Neimhaim
Aquí, en La Loba blanca, además de Astryt, hay muchos viejos conocidos de la saga. Si en El azor y los cuervos la brecha generacional ya se empezaba a notar, en La loba blanca es mucho mayor y significativa. Sigfred, Sygnet o Kelam arrastran encrucijadas y fantasmas que les persiguen desde el pasado, así como gran parte del elenco principal. Una capa mayor a todo Neimhaim que hacen de este tercer volumen algo más complejo que una simple adición a la saga. Si bien Los hijos de la nieve y la tormenta o El azor y los cuervos eran lecturas que se sostenían por sí mismas, para La loba blanca es (creo) necesario un buen conocimiento de la saga para disfrutarlo al máximo. Hay detalles, profecías, personajes, animales y mucho desarrollo correspondiente del pasado que engrandecen la experiencia lectora. Sus conflictos de gran calado, sus reflexiones sobre la tolerancia, la moral, la naturaleza o la violencia siguen estando tan presentes como siempre, pero lograr conectar el tapiz construido a través de estos tres libros es el gran regalo —y legado— que Aranzazu Serrano nos tenía guardado para esta (esperada) tercera entrega.
El final de finales
Muchos no sé si lo recuerdan, pero la idea inicial de la saga de Neimhaim era que fueran cinco libros, uno por cada generación. Sin embargo, cuenta la propia Aranzazu, que al escribir el tercer libro se dio cuenta de que en el cuarto, por cuestiones temporales, debían morir muchos personajes del primer libro. Algo que de ninguna manera quería escribir. De tal manera, La loba blanca cierra el arco argumental principal de los tres primeros libros, y el siguiente presentará un importante salto temporal —saltándose una generación— y tratá, dice también Aranzazu, sobre lo que ya estaba anticipado en el final del primer libro. El equilibrio en esta tercera entrega entre lo anterior, lo nuevo y todas sus consecuencias ha sido de lo más satisfactorio como lector que lleva diez años viviendo en Neimhaim. Desde aquí, junto a las Hilanderas, espero a que Aranzazu teclee con ganas ese (gran) final, para el que estoy seguro, (aún) no estamos preparados.
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