Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río, de László Krasznahorkai

Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río
László Krasznahorkai (trad. de Adán Kovacsics)
Editorial Acantilado
Rústica | 144 páginas | 14€


El último ganador del premio Nobel —cuyo nombre resulta prácticamente impronunciable para la mayoría de mortales— ha caído por fin en mis manos. No es por qué no hubiera tenido recomendaciones varias en mi haber, lectores ávidos y en los que confió —como The Unstranslated o mi admirado Ramiro Sanchiz— hablaban de él mucho antes. Sin embargo, la pila es larga y alberga (horrores) de todo. Más allá de eso, el nombre y las obras de László Krasznahorkai son de esas que me imponían respeto, no por nada él describe sus novelas como «la realidad llevada al extremo de la locura». Por su prosa, por su características frases eternas, por su lirismo y maximalismo desbordante. No obstante, perdiendo los miedos, quitando los frenos, me lancé a por Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río, título que cobra sentido tras la lectura. Y bien que hice. Sus apenas 144 páginas son una muestra perfecta, una ideal introducción, asequible y accesible, que nos dan todo lo prometido. Un viaje absorbente, frágil y meditativo con el que perder la sensación del tiempo.

En busca del jardín perdido
Tras un primer capítulo inexistente, comenzamos in media res, cuando el nieto del príncipe Genji se baja de un tren en Kioto, camina por sus calles y se topa con un monasterio. Ha leído un libro titulado «Cien jardines hermosos», un misterioso volumen ilustrado que llegó a sus manos por casualidad. El jardín más exquisito del libro es el número cien, desconcertante por su modesta belleza, imposible de encontrar y quizá una broma del autor. El nieto del príncipe Genji sospecha que el jardín se encuentra en algún lugar de este monasterio, y así recorre el complejo en su búsqueda. Mientras tanto, varios miembros de su equipo de seguridad, hacen un intento mediocre (e inútil) de encontrarlo. Las descripciones detalladas de los terrenos el monasterio, sus edificios individuales, su estatua de Buda y otras obras de arte que el nieto observa, se combinan con la historia detrás de su creación. Algunos capítulos parecen estar fuera de orden, otros se repiten y amplían lo ya contado, mientras otros simplemente existen fuera de la estructura narrativa de la novela. Todo se superpone, una y otra vez, creando la sensación de haber asistido a un encantamiento de precisión y perfección, donde algo parece no encajar del todo. Un misterio metafísico sutil que debemos (o no) descubrir.

Cubierta de la edición de New Directions (2022)

Asequible y accesible
No he leído —si no que solo visto alguna página o leído reseñas— el resto de la obra de Krasznahorkai, pero todos coinciden en sus características digresiones, su uso de frases extraordinariamente largas (de incluso capítulos enteros) y de adornos maximalistas constantes en su obra. Sin embargo, Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río se despoja un poco (en parte) de estos atributos a través de sus 49 breves secciones numeradas. Todas están elaboradas con un lenguaje poderoso, pero nunca opaco para el lector casual, que Adán Kovacsics traslada fabulosamente al castellano del húngaro original. Las imágenes que crea Krasznahorkai son densas, complejas, donde se percibe la belleza y cada detalle. Todo llega a cámara lenta, como una dulce brisa en un día caluroso. Existe una especie de sensación de tiempo suspendido, donde el libro nos permite hacer una observación minuciosa y filosófica sobre todo lo que vemos (y leemos).

Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río genera una dualidad en la perspectiva narrativa que crea el efecto de dos voces o enfoques diferentes. Por un lado, el nieto del príncipe Genji, se centra en su experiencia inmediata y nos guía a través del espacio físico del monasterio y su entorno. Por otra, una especie de voz omnisciente, desvinculada del nieto del príncipe Genji, se dedica a la observación minuciosa y filosófica de los elementos inanimados o naturales, como la construcción de los templos, el musgo, los hinoki, el viento o el tiempo. El primero mucho más íntimo y melancólico, el segundo casi lírico y atemporal, construyen un texto que es a la vez una historia y un ensayo poético meditativo organizado en un viaje de tres (breves) etapas.

Cubierta de la edición de S. Fischer (2007)

Realidad y ficción
Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río existe absolutamente fuera del tiempo. Sin embargo, también hay bastante de realidad en ella. Por empezar, el monasterio, existe desde el año 853 d. C. El nieto de príncipe Genji, pertenece a dos generaciones posteriores al personaje ficticio del siglo XI de Murasaki Shikibu. Y todo se conecta, en un giro borgiano, con el libro Cien jardines hermosos, que tal vez haya tenido el nieto del príncipe o no, y que tal vez haya existido o no. Y aquí entra el verdadero protagonista: el monasterio. Los años de paciencia y precisión que se invirtieron en su construcción, las ideologías que se expresan a través de sus estructuras, de sus colecciones, arte y objetos cuidadosamente seleccionados, como la historia del Buda dorado. Todo amplía el significado del viaje, haciendo al monasterio parecer una especie de lugar perdido en la existencia humana. La descripción obsesiva del templo se hace eco de la meticulosidad de la prosa de Krasznahorkai, que nos guía a los lectores por los senderos de su abrumadora lógica con un aire misterioso envuelve los acontecimientos. Hay digresiones, notas discordantes, que nos hacen bailar entre realidad y ficción como títeres en sus manos.

Filosofía de la obsesión
Lo que surge de la unión de las dos voces dispares del libro es una búsqueda obsesiva de algo que tal vez no exista, una búsqueda de la perfección en un mundo imperfecto. El visitante se ve tentado por la sensación de estar cerca de su objetivo, de que el jardín que busca podría estar ahí después de todo, solo para que un instante de distracción frustre sus esperanzas. Así, Krasznahorkai, compara la búsqueda del nieto del príncipe Genji con la de cualquier obsesión, con perderse en la contemplación de algo mientras, tan solo en un instante, se nos escapa. El texto rezuma pura melancolía, y nos hace sentir, de alguna forma, insignificantes en el tiempo y el espacio. Con cada paso pausado y elegante del nieto, de alguna manera se acerca más a su meta y, al mismo tiempo, se aleja aún más. El libro es una lente para explorar la naturaleza de la belleza, la perfección, el conocimiento desbordante y la propia existencia. De como sucumbir a la trampa de un ideal absoluto e inmutable, de buscar detener la fugacidad del mundo y la propia vida. Un cierto aire de derrota metafísica que nos deja al final, de realidad, donde la belleza se convierte en la única verdad, un escape (fugaz) de la realidad.

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