Ramiro Sanchiz
Editorial Pan
De aviones y marañas
Siendo esta ya mi quinta iteración novelesca de Federico Stahl a la que hemos de sumar más de una decena de cuentos, uno comienza a atisbar mejor las repeticiones, las hiperfocalizaciones del propio Ramiro Sanchiz —tu necromodernista favorito y cada día el de más gente— a la hora de escribir. En Ahab, su novela que como Verde tiene reminiscencias lovecraftianas que luego detallaré, siguen presenta dos hechos: la verborrea detallística sobre el mundo de la aviación y la aparición de marañas que como virus desintegran el mundo como lo conocemos. Es curioso cómo en esta ocasión Ahab tiene una premisa diferente, equiparable a la búsqueda de Moby Dick —y de ahí el título— pero termina por unos derroteros más cercanos a los de Verde. Aquí tenemos un mundo devastado donde una “nave alienígena” se ha convertido en vector de contagio, en (otra) maraña, que asola y destruye el mundo.
Apreciando el Proyecto Stahl
El proyecto multiversal de Ramiro Sanchiz es un mapa de relaciones posibles que surge entre las diversas novelas, cuentos e incluso ensayos del autor. En ellas, habitualmente, Federico Stahl es nuestro protagonista. Ya puede ser pianista, especialista de aviación, estrella del rock, una drag queen o un científico deprimido, que su nombre perdura y se conecta, de alguna forma, con algún detalle, con sus otros yo(es). En Ahab los restos de (otro) Mig25 nos conectan directamente con la isla de basura del Atlántico de El orden del mundo, la maraña que bien conocemos de Un pianista de Provincias o, el cuerpo fosilizado que nos lleva de nuevo al arroyo de Punta de Piedra visto en Verde. Vasos comunicantes tejidos con gracia, con sutilidad, que no dejan más que la sensación que el Proyecto Stahl es algo más grande que (siempre) gana enteros con cada lectura sumada.
Imagen elaborada por el propio Ramiro Sanchiz
Lo lovecraftiano
Lo que empieza como una obsesión de coleccionista, argumento similar a como comenzaba El orden del mundo, la variante aquí radica en la segunda parte de la novela, en la llegaba a un lugar de arquitecturas anómalas y atmósfera opresiva en el medio de desierto kazajo. Como cuando el arqueólogo del relato de Lovecraft titulado La ciudad sin nombre se adentra en las profundidades del desierto de Arabia, el Federico de esta iteración se encuentra allí con una Catedral que estaba tanto viva como muerta, que era tanto natural como artificial. Cuenta el propio Federico que la catedral parece solo un templo que podía haber sido levantado allí, en el desierto. Y aunque sabemos que anda entre alucinógenos y otras sustancias, es la ambigüedad y la falta de respuestas concretas los que dejan ese eco lovecraftiano en nosotros.
Los límites de lo humano
Son estas zonas perturbadas y de extrañeza irreductible las que exploran en Ahab, en la tradición de autores de ficción weird como Jeff VanderMeer, los límites de lo humano. El protagonista, una vez más Federico Stahl, se convierte en el catalizador y su viaje, es la crónica de un mundo desmoronándose a ojos de quién lo ha causado. Un viaje obsesivo que lo pone en el límite frente a una entidad que lo supera y obsesiona. De nuevo, la ballena blanca, esta vez reemplazada por el artefacto alienígena, altera la comprensión de la realidad y Federico sobrepasa sus límites, convirtiéndose en algo incomprensible que le atrae de maneras imposibles. La (breve) lectura de Ahab es un ejemplo perfecto de las capacidad del weird y el horror cósmico para desdibujar las fronteras entre lo conocido y lo incognoscible, aunque como lector, hubiera deseado alguna página más para explorar sus consecuencias en Federico¿Qué le espera al próximo Federico que conozca? Pronto lo sabremos, el Proyecto Stahl sigue en marcha y nunca se detiene.
Lo que empieza como una obsesión de coleccionista, argumento similar a como comenzaba El orden del mundo, la variante aquí radica en la segunda parte de la novela, en la llegaba a un lugar de arquitecturas anómalas y atmósfera opresiva en el medio de desierto kazajo. Como cuando el arqueólogo del relato de Lovecraft titulado La ciudad sin nombre se adentra en las profundidades del desierto de Arabia, el Federico de esta iteración se encuentra allí con una Catedral que estaba tanto viva como muerta, que era tanto natural como artificial. Cuenta el propio Federico que la catedral parece solo un templo que podía haber sido levantado allí, en el desierto. Y aunque sabemos que anda entre alucinógenos y otras sustancias, es la ambigüedad y la falta de respuestas concretas los que dejan ese eco lovecraftiano en nosotros.
Los límites de lo humano
Son estas zonas perturbadas y de extrañeza irreductible las que exploran en Ahab, en la tradición de autores de ficción weird como Jeff VanderMeer, los límites de lo humano. El protagonista, una vez más Federico Stahl, se convierte en el catalizador y su viaje, es la crónica de un mundo desmoronándose a ojos de quién lo ha causado. Un viaje obsesivo que lo pone en el límite frente a una entidad que lo supera y obsesiona. De nuevo, la ballena blanca, esta vez reemplazada por el artefacto alienígena, altera la comprensión de la realidad y Federico sobrepasa sus límites, convirtiéndose en algo incomprensible que le atrae de maneras imposibles. La (breve) lectura de Ahab es un ejemplo perfecto de las capacidad del weird y el horror cósmico para desdibujar las fronteras entre lo conocido y lo incognoscible, aunque como lector, hubiera deseado alguna página más para explorar sus consecuencias en Federico¿Qué le espera al próximo Federico que conozca? Pronto lo sabremos, el Proyecto Stahl sigue en marcha y nunca se detiene.
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