Ramiro Sanchiz
Indómita Luz
Rústica | 157 páginas
Cronología actualizada del Proyecto Stahl
En busca de los Stahl totales
Cuenta el propio Ramiro Sanchiz que la idea del Proyecto Stahl comienza en 2004, en su cumpleaños número 26, cuando le dan plantón, sentado en un banco de la plaza, se le ocurre la idea de un escritor que escribe su autobiografía —y que yo escribiría a su vez: la autobiografía de un autor ficticio— dejándose llevar por el impulso de hablar de sí, de su vida y opiniones. Y así nos vamos a uno de los proyectos autorales más grandes que nunca he tenido el placer de conocer. Una novela total con múltiples dimensiones (y libros) en donde su personaje principal (Federico Stahl) vive digresiones y convergencias de un multiverso (prácticamente) inabarcable. En Verde, esta búsqueda de la totalidad recae en la convergencia de elementos borgianos, lovecraftianos y ballardianos asomados a este mundo compartido de Ramiro que podría nunca tener fin. A veces pianista, otras una leyenda del rock. Agente renegado, especialista en aviación militar y decenas de cosas más. Aquí, en Verde, Federico Stahl es escritor. Sin embargo, la construcción de su identidad caleidoscópica mirara al espejo de otra(s): a un párrafo que empieza igual que el de otra obra, unos fascículos de Jacques Cousteu que vimos en El orden del mundo, o a una maraña que ya apareció en Un pianista de provincias. Todas elementales, creadoras y buscadoras de la novela total, la novela imposible, la novela enciclopédica de Sanchiz desgranada y acumulada a lo largo de los años, y que ahora, en mi realidad, estoy recogiendo en busca de los Stahl totales.
Federico Stahl, el escritor
Tras el contacto con una entidad extraterrestre, Federico Stahl, el protagonista de esta novela (como el de otras tantas), se obsesiona por recordar qué sucedió durante aquel encuentro. Lo reconcome el recordar como su amigo (Marcos) cayó enfermo un tiempo después de tocar ese extraño cadáver o cuerpo de formas indefinidas que encontraron en el lago. Está búsqueda, en el presente, lo llevará por playas, selvas, hospitales, manicomios, túneles y laberintos. Espacios liminales y subterráneos, los espacios predilectos del siglo XXI, serán los que recorrerá un Federico Stahl que se cree infectado por un virus (la enfermedad), un virus mutante y complejo que destruye la mente del enfermo, volviendo su lenguaje perturbador y atemorizante para los demás. Aquí, en Verde, Federico Stahl es un escritor que recuerda sus episodios en Pinamar y Punta de piedra, un lugar real y otro ficticio, sobre el que sus pensamientos volverán una y otra como un bumerán imparable. Siempre cambiantes, siempre asomando, siempre perturbándole. Verde, sin duda, es su camino de búsqueda y respuesta donde lo natural y lo real deriva hacia lo extraño y lo (que parece) imposible.
Cubierta de su edición en Fin de Siglo
El espacio como personaje
Algo que noto en la lectura (en curso) del Proyecto Stahl que estoy realizando es la importancia del espacio como personaje en las obras de Sanchiz. En El pianista de provincias era un lugar difuso rodeado de una maraña de plástico viva. En El orden del mundo, era una isla-basurero infinita y laberíntica. Y aquí, en Verde, es un lago y un color, ese verde imposible, lo que sirven como un personaje (y catalizador) más de la historia. El espacio como elemento transformador y fragmentador de la percepción de lo ontológico. Ramiro opta en Verde por disgregar todas las respuestas posibles a lo que está sucediendo, a lo que Federico está viviendo. Una cronografía de realidades que reconceptualizan la visión de un recuerdo que detonó todo su viaje. Un laberinto de espacios ampliamente detallados, descritos en una especie de ficción-sueño imposible repleta de saltos y vacío existencial. Sin embargo, entre tanta fragmentación y realidades superpuestas, la línea de recorrido de Stahl es clara, concisa, y en medio de toda esta vorágine de ramas narrativas, nos encontramos, únicamente, con una persona que busca su propia (y real) identidad.
El recuerdo como ejercicio detonante del yo
En Verde se sondea, casi desde el inicio, una constante reflexión sobre la fractalidad de la percepción propia. La identidad. El detonante es un recuerdo de infancia que hace que se rompa la linealidad del relato en una serie de bifurcaciones que parecen estados (y recuerdos) alterados de conciencia. Como en la pura tradición borgiana, el Federico de esta realidad recorre sus eventuales caminos laberínticos repletos de posibilidades y los comparte (narrativamente) con el lector. Es, de esta manera, un confesor de su no fiabilidad y de su percepción alterada, así como de su sinuoso camino hacia la respuesta. El recuerdo extiende una arborescencia de caminos entre lo weird y lo fantástico, lo real y lo ficticio, que miran (y asedian) a y hacia todas las posibilidades. Desde espacios imposibles cercanos al cine de Kaufman hasta visitas a una selva amazónica. De un lago de un verde imposible hasta un simple hospital. Todo los lugares se convierten en extraños vistos a través de ese recuerdo como algo (casi) ficticio y deformado, como cuando Lee y Eugene se adentran en Queer (también hay mucho de Burroughs aquí) a lo más profundo de la selva para probar la ayuhasca. Los lugares, la sensaciones y los pensamientos de Federico se entremezclan en algo parecido a la realidad (hola, Jeff VanderMeer), pero que nunca llega a ser tangible al completo. Todo es posible. Todo es imposible. Nada tiene respuesta. Todo tiene respuesta. Nada es real. Todo es real. Y así, ad infinitum, hasta que la identidad —búsqueda constante en la obra de Sanchiz— cobra sentido en ese verde imposible que vio una vez en su infancia y ahora intenta encontrar.
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