Catriona Ward (trad. de Cristina Macía)
Runas
Rústica / digital | 272 páginas | 21,95€ / 11,99€
Familia(s) peligrosa(s)
Rodeada por un agitado océano, alejada del pueblo de Loyal, existe una pequeña isla, solo conectada por un pequeño camino, conocida como la isla de Altnaharra. En ella, un castillo en ruinas se yergue sobre el azotado mar, donde vive un hombre con sus hijos a los que arrebató, según dice él mismo, de unos padres que no podían cuidar de ellos. El hombre, conocido como el tío, vive allí convencido de que el fin del mundo y su renacimiento está cerca. Ellos, por supuesto, tendrán un papel importante para ambos eventos. Por ello realizan rituales a diario. Por ello son sometidos a abusos, frio y aislamiento, dado que muchos quieren marcharse del control de su tío. Otros, incluso, contemplan el suicidio. O quizá, quedarse, por si en el exterior aguarda algo aún peor. Todo lo que esta fuera, es malvado, sucio, pecado. Sin embargo, los forasteros crean incertidumbre en alguno de los protagonistas. Una grieta venenosa que será el fin de toda la familia.
Fragmento de su cubierta en inglés
Retorcida confusión
Si has leído alguna de las otras novelas de Catriona Ward, como La bahía del espejo, sabrás de sobra que a la autora le gusta fragmentar las historias y crear una retorcida confusión en el lector. Aquí, aunque sea su segunda novela, ese elemento sigue estando más que presente. Narrada a lo largo de dos líneas temporales, La pequeña Eve salta entre varios años, desde 1917 hasta 1945, contando la brutal historia de asesinatos que sucedió en las ruinas de Altnaharra. La primera línea, cuenta los eventos in situ desde los ojos de Evelyn, una de las hijas del tío. La segunda, abarca los años inmediatamente posteriores al evento desde los ojos de Dinah, otra de las hijas. Ambas líneas de entrelazan constantemente, desde una profundidad pasmosa, tanto para contar la historia de la familia y como eran sometidos por el Tío, como para avanzar hacia el futuro y los eventos que se avecinan. De forma siniestra y perturbadora, el laberinto (confuso) de Ward está planteado para que todo resulte embriagador, adictivo e irresistible. Y funciona.
Bebiendo de lo gótico
Altnaharra es una península sombría, lúgubre y azotada por la lluvia. Un escenario muy gótico que además cambia con la marea, ya que los habitantes quedan atrapados tras unas puertas de agua helada que las separan de la aldea de Loyal. En La pequeña Eve domina la atmósfera, combinada con eventos, recuerdos y descripciones en los que detenerse, de los que embriagarse. La pequeña Eve es en este aspecto casi elegante, pero también, de alguna forma, muy tensa. El castillo desmoronándose, el clima horrible y unos personajes en búsqueda de una identidad —real, sometida o imaginada— se convierte en la fuerza de la historia, jugando con nuestra percepción y la poca confiabilidad de sus narraciones y percepciones. Ya sea en primera persona por Eve o Dinah, u ocasionalmente por una tercera persona externa, La pequeña Eve es otra muestra del genio de Catriona Ward a la hora de jugar con nosotros y con nuestras expectativas, de una capacidad inusitada para revelar una avalancha de realidad, repentinamente, como si una montaña rusa de la verdad nos llevará de viaje y nunca pareciera terminar.
Si has leído alguna de las otras novelas de Catriona Ward, como La bahía del espejo, sabrás de sobra que a la autora le gusta fragmentar las historias y crear una retorcida confusión en el lector. Aquí, aunque sea su segunda novela, ese elemento sigue estando más que presente. Narrada a lo largo de dos líneas temporales, La pequeña Eve salta entre varios años, desde 1917 hasta 1945, contando la brutal historia de asesinatos que sucedió en las ruinas de Altnaharra. La primera línea, cuenta los eventos in situ desde los ojos de Evelyn, una de las hijas del tío. La segunda, abarca los años inmediatamente posteriores al evento desde los ojos de Dinah, otra de las hijas. Ambas líneas de entrelazan constantemente, desde una profundidad pasmosa, tanto para contar la historia de la familia y como eran sometidos por el Tío, como para avanzar hacia el futuro y los eventos que se avecinan. De forma siniestra y perturbadora, el laberinto (confuso) de Ward está planteado para que todo resulte embriagador, adictivo e irresistible. Y funciona.
Bebiendo de lo gótico
Altnaharra es una península sombría, lúgubre y azotada por la lluvia. Un escenario muy gótico que además cambia con la marea, ya que los habitantes quedan atrapados tras unas puertas de agua helada que las separan de la aldea de Loyal. En La pequeña Eve domina la atmósfera, combinada con eventos, recuerdos y descripciones en los que detenerse, de los que embriagarse. La pequeña Eve es en este aspecto casi elegante, pero también, de alguna forma, muy tensa. El castillo desmoronándose, el clima horrible y unos personajes en búsqueda de una identidad —real, sometida o imaginada— se convierte en la fuerza de la historia, jugando con nuestra percepción y la poca confiabilidad de sus narraciones y percepciones. Ya sea en primera persona por Eve o Dinah, u ocasionalmente por una tercera persona externa, La pequeña Eve es otra muestra del genio de Catriona Ward a la hora de jugar con nosotros y con nuestras expectativas, de una capacidad inusitada para revelar una avalancha de realidad, repentinamente, como si una montaña rusa de la verdad nos llevará de viaje y nunca pareciera terminar.
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