El buen mal, de Samanta Schweblin

El buen mal
Samanta Schweblin
Seix Barral
Rústica / Digital | 208 páginas | 18,90€ / 10,95€



Samanta Schweblin tiene toda mi atención desde que Distancia de rescate rompió (todos) mis esquemas. Los textos de Samanta irrumpen en la realidad cotidiana como si lo siniestro fuera habitual y nos dejan, entre lo abrumador y lo sobrepasado, cada vez que terminamos una historia. No es el miedo en el susto, no es el miedo en lo visceral. El miedo, el terror de Samanta, irrumpe desde lo que conocemos creando sensaciones confusas, dejando espacios en blanco para nuestra percepción e interpretación. El buen mal son seis cuentos (largos) en los que crea un ambiente donde lo terrorífico se mezcla con una cotidianidad marcada por lo vulnerable, por una amenaza latente desde la primera frase que nunca parece (querer) llegar del todo a concretarse. Seis historias donde lo perturbador reside en lo más sencillo, en las zonas ambiguas, en las incertidumbres de la (nuestra) propia vida.

El relato desde lo personal
Comentaba la propia Samanta Schweblin, a raíz de la salida del libro, que ella quiere enfrentarse a una situación que atrape sus miedos, eso que en el mundo cotidiano del día a día es casi mejor ni pensar. Cada relato de El buen mal es fruto de una experiencia personal como punto de partida. Después, llegan los personajes que se funden en ese mar de pesadilla presencial, donde el lector realiza un pacto con la ficción de Samanta y se va de la mano en una especie de duelo. Tres años le ha llevado a Samanta pulir todas las historias, lo que hace que (quizá) funcionen como una especie de diálogo austero y cáustico entre sí. Cada historia rezuma una tensión continua que no explota en un único lugar, sino que nunca deja de crecer de manera gradual (siempre imprevisible) hasta el final. Las seis conforman una especie de vasos comunicantes independientes donde estamos en un constante estado de alerta. Son piezas precisas y minuciosas que se dotan de significado entre ellas —aunque funcionan por sí solas— dejando una angustiosa huella final que perdura para siempre en el lector.

Cubierta (mi favorita) de la edición latinoamericana

La violencia de lo silencioso
Para quién nunca haya leído un relato de Samanta Schweblin, debe saber que se va a encontrar con una escritura depurada, tensa, efectiva y fascinante. Su violencia está muy presente, pero nunca es fisica. El buen mal, como sus otros libros, juega contra los límites literarios y nos mueve por cada historia con personajes atrapados y motivados (habitualmente) por la culpa. Cada cuento nos sume en este estado de extrañamiento cercano, nadando entre lo real y lo fantástico, siempre ambiguo y sin definir. Como es habitual en ella, la mayoría de narradores —casi siempre en primera persona— no tienen nombre ni son nombrados. Somos nosotros, puestos en sus carnes con precisión de cirujana, quienes vivimos esa tensión medida. Samanta consigue con apenas dos párrafos sumergirnos en su atmósfera extraña, en su mundo tan cercano como lejano al nuestro, donde ponemos información de nuestras vidas, pero de alguna manera, con algún tipo de embrujo, permanecemos sumidos en su pesadilla. Todo está medido. Todo es meticuloso. Única.

Desde Buenos Aires y (su) Argentina natal
Siempre que pienso en Buenos aires se me viene a la mente la voz en off inicial de Medianeras (2011) que dice: Buenos Aires crece descontrolada e imperfecta. Es una ciudad superpoblada en un país desierto. Una ciudad en la que se yerguen miles y miles, y miles de edificios sin ningún criterio (...) probablemente estas irregularidades nos reflejen perfectamente, irregulares estéticas y éticas. Sucede con Samanta, como con otras escritoras latinoamericanas (pienso en Mónica Ojeda, en Mariana Enriquez,...) que vuelcan su escritura —habitualmente— en su lugar de origen. Dice la propia Samanta que si no hay algo en el argumento que a gritos me lo pida, sigo escribiendo desde Argentina. De esta forma, algunos cuentos de El buen mal se ambientan en Buenos Aires, y en aquellos en los que la protagonista está en el exterior (como la escritora de William en la ventana, que reside en China), de alguna forma, igualmente se comunica con Argentina. Hay en ese escenario, en esta psicogeografía, un componente más familiar, más personal, que funciona como una semilla de los relatos. Es un lugar intenso, con mucha violencia y que funciona como una circunstancia importante de partida para cada personaje. Es, en realidad, como gran parte del mundo, un lugar de pesadilla cuando se sabe dónde mirar.

Cubierta de su edición en inglés

Lo extraño como espejo
Lo tierno y lo cruel se mezclan bellamente en cada historia creando una sensación de extrañeza constante. Lo monstruoso y la amenaza son una especie de ensayo vital, un lugar donde podemos pensar en nuestros propios monstruos, analizarlos y pensar, quizás, cómo podríamos sobrevivir a ellos. Como veis, es difícil hablar de los cuentos en concreto, dado que funcionan como conversaciones entre ellos. La madre de Bienvenido a la comunidad, las amigas de Un animal fabuloso, la escritora de William en la ventana, o el indescriptible (mi favorito, y de muchos) El ojo en la garganta. Prefiero asi que vosotros, lectores, los descubráis, dado que todos funcionan como miradas sobre nosotros mismos, como espejos que dialogan con nuestro ser y a la vez nos dejan (permiten) vernos desde afuera. La mirada al tedio vital del s.XXI, a la violencia de formas no solo físicas que nos rodea o el intenso deseo de la muerte, se mantienen entre lo extraño y lo doméstico, lo inusitado y lo cotidiano, como sus temas principales. Lugares que resultan incomprensibles para comprendernos, he aquí la magia de leer a Samanta Schweblin.

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