Rústica/digital | 464 páginas | 22,90€/9,99€
Dos historias, dos periodos temporales y dos protagonistas
La primera gracia de Relojes de cristal es que su sinopsis es complicada dependiendo de por el lado que quieras empezar, el azul o el rojo. El azul nos lleva hasta 1881, en un pueblecito de Inglaterra, donde el joven médico Simeon Lee acude a la llamada de su primo enfermo en la isla de Ray. El pastor Howes está convencido de que ha sido envenenado por su cuñada Florence, quien, tras ser acusada de matar a su esposo, vive encerrada en una habitación con paredes de cristal en la biblioteca de la mansión. La segunda —o la primera, depende de por donde empieces— nos traslada directos a 1939, al estado de California, donde todo apunta a que el escritor Oliver Tooke se ha suicidado. Sin embargo, su amigo Ken Kourian no lo tiene tan claro, por lo que se sumerge en una investigación que lo lleva al secuestro del hermano de Oliver cuando ambos eran niños. Para descubrir la verdad, Ken deberá descifrar las pistas escondidas en la última novela de su amigo —llamada Relojes de cristal—, un libro con dos relatos capicúa sobre un joven médico llamado Simeon Lee.
Fragmento de la cubierta
La novela tête-bêche
Tête-bêche (del francés, que significa “de la cabeza a la cola”) es un curioso formato de publicación en la que dos novelas cortas o colecciones de cuentos, generalmente de diferentes autores, se imprimen juntas, pero al revés, situándose dorso con dorso. De este modo hacen que leas una historia y luego tengas que dar físicamente la vuelta al libro para comenzar a leer la otra. Aunque su uso se remonta al s. XIX, fue en los años cincuenta y setenta cuando tuvieron un gran auge con la editorial estadounidense Ace Books y sus «Doble Ace» , que publicó cientos de novelas de ciencia ficción, western y suspenso en este curioso formato. Y ahí está la clave de Relojes de cristal y el ingenio de Gareth Rubin para ella, porque coge esa configuración y le da un pequeño toque creando dos historias en diálogo, y que en cierto modo, son una inversión la una de la otra, no estando solo vinculadas entre sí, sino que son autorreferenciales entre sí, presentando incluso una novela tête-bêche en su núcleo.
Cambiando de estilos
Cada uno de los lados de Relojes de cristal tiene también la peculiaridad de ser pariente cercana de un estilo de novela de misterio. La más antigua, la que nos lleva a 1881, deambula entre el melodrama y el gótico victoriano, recolectando elementos clásicos como casas en medio de la nada, hogares sombríos o pantanosos y revelaciones asombrosas e inesperadas. Todo ello intercalado con cartas y diarios que tejen una red de secretos y conspiraciones intrincadas que no se revelan hasta los compases finales al puro estilo Agatha Christie. Simeón y toda su investigación tiene ecos de Jekyll y Mr. Hyde, de La mujer de negro o incluso un poco de Dorian Gray. Sin embargo, la segunda, con Ken Kourian como protagonista, es un hard-boiled en toda regla. Frío, violento y con cierta truculencia características de subgénero. Gente adinerada, mucha más acción y de nuevo secretos familiares se mueven en torno al trágico personaje de Oliver Tooke. Sin embargo, aunque técnicamente las dos historias son muy diferentes entre sí, tienen momentos en que se sienten como espejos, como dos historias dialogando en un mismo libro, con ciertas escenas que parecen hablar entre sí.
Tête-bêche (del francés, que significa “de la cabeza a la cola”) es un curioso formato de publicación en la que dos novelas cortas o colecciones de cuentos, generalmente de diferentes autores, se imprimen juntas, pero al revés, situándose dorso con dorso. De este modo hacen que leas una historia y luego tengas que dar físicamente la vuelta al libro para comenzar a leer la otra. Aunque su uso se remonta al s. XIX, fue en los años cincuenta y setenta cuando tuvieron un gran auge con la editorial estadounidense Ace Books y sus «Doble Ace» , que publicó cientos de novelas de ciencia ficción, western y suspenso en este curioso formato. Y ahí está la clave de Relojes de cristal y el ingenio de Gareth Rubin para ella, porque coge esa configuración y le da un pequeño toque creando dos historias en diálogo, y que en cierto modo, son una inversión la una de la otra, no estando solo vinculadas entre sí, sino que son autorreferenciales entre sí, presentando incluso una novela tête-bêche en su núcleo.
Cambiando de estilos
Cada uno de los lados de Relojes de cristal tiene también la peculiaridad de ser pariente cercana de un estilo de novela de misterio. La más antigua, la que nos lleva a 1881, deambula entre el melodrama y el gótico victoriano, recolectando elementos clásicos como casas en medio de la nada, hogares sombríos o pantanosos y revelaciones asombrosas e inesperadas. Todo ello intercalado con cartas y diarios que tejen una red de secretos y conspiraciones intrincadas que no se revelan hasta los compases finales al puro estilo Agatha Christie. Simeón y toda su investigación tiene ecos de Jekyll y Mr. Hyde, de La mujer de negro o incluso un poco de Dorian Gray. Sin embargo, la segunda, con Ken Kourian como protagonista, es un hard-boiled en toda regla. Frío, violento y con cierta truculencia características de subgénero. Gente adinerada, mucha más acción y de nuevo secretos familiares se mueven en torno al trágico personaje de Oliver Tooke. Sin embargo, aunque técnicamente las dos historias son muy diferentes entre sí, tienen momentos en que se sienten como espejos, como dos historias dialogando en un mismo libro, con ciertas escenas que parecen hablar entre sí.
Cubierta de la versión en audiolibro
Un adorno o algo más
Lo que me llevo preguntando desde que termine de leer el libro es si me hubiera gustado tanto si no fuera por su estructura. Creo que probablemente no, aunque las dos historias están bien elaboradas —gustándome más la de 1881 que la de 1939— funcionan mejor dada su disposición estructural. La nota del editor dice que el libro puede leerse en cualquier dirección —o en ambas a la vez, alternando capítulos—, pero sugeriría (y esto es personal) leerlo en orden cronológico para disfrutar de lo complementario que se hace la primera historia de la segunda. La dualidad funciona más allá del simple libro, como en sus temas (el bien/el mal, apariencia y sociedad, el pasado tormentoso o el futuro inmutable) y en algunos de sus personajes que funcionan como espejos de los otros en su versión más contemporánea, que se vuelven claves cuando debemos resolverlo todo. Al final, Relojes de cristal es más que un adorno físico, es un libro ingenioso de suspense que se deja leer prácticamente solo, atrapando al lector en sus complots y planes familiares que van saliendo a la luz tras varias generaciones de una familia enturbiada por su pasado. Dos libros que en realidad son uno, y aunque parezca una contradicción, a la vez (también) son dos.
Otros enlace de interés:
A mi no me gustan los thrillers ni la novela de suspense (me aburren soberanamente) pero con la estructura extraña y lo de gótico victoriano me has convencido.
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