La realidad, la cruda realidad,
es una cosa macabra. De locos. Cada día aparecen cientos de casos de violencia,
agresiones, racismo, corrupción y cientos de males que asolan a la sociedad
desde tiempos inmemoriales. Desde que el mundo es mundo. Por eso, como empieza Dientes
Rojos, no asusta a casi nadie. La desaparición de una adolescente berlinesa,
como Rebecca Lilienthal, no es un caso extraño para la policía. Lo que sí es un
poco raro, admitámoslo, es el diente que flota sobre un charco de sangre en su
habitación de la residencia. Kocaj, un policía novato, será asignado al caso
junto a Ritter, un cabrón de cuidado con amplia experiencia en el cuerpo. Ambos
se aventuran en un caso viciado, oscuro y misterioso, repleto de macabros
asesinatos y unas fuerzas siniestras que nadie puede ver.
Escalando hacia el fantástico
Si bien la primera parte de Dientes
rojos es un thriller policíaco con aires escandinavos en toda regla, donde
dos policías se mueven por las frías y ásperas calles de Berlín, de una esquina
a otra en busca de pistas, Cañadas nos adentra poco a poco en un territorio más
fantástico, supurando horror por sus rincones más oscuros en la segunda parte.
El imaginario de Dientes rojos va calando poco a poco en el lector,
escalando con una perfección inusitada que inocula la dosis justa de terror e
información en cada momento. El fino velo de la realidad berlinesa va rompiéndose
en favor de un horror siempre presente, aunque no lo viéramos en un primer
vistazo. Los símbolos cobran fuerza, las metáforas significado, y la traca final,
está asegurada. Cuando crees que ya lo tienes todo anclado, que no puede haber
más, Cañadas saca el machete para un nuevo golpe final. Dientes Rojos
tiene más vidas que Jason Voorhees.
Los monstruos más reales somos
nosotros
La mayor crudeza de Dientes
Rojos reside, precisamente, en sus amplias cotas de realidad. Los pasajes
grotescos, donde la sangre y vísceras nos salpican a la cara, no son lo peor. Sí,
esos te hacen girar los ojos, torcer la vista y sentir el vómito. Te encojen
por dentro y se graban en la retina. Sin embargo, lo peor es la crudeza de la
realidad. Una realidad palpitante, que expone una verdad presente sin medias tintas: los
monstruos somos nosotros, como relataba Only God Forgives. Dientes Rojos es una reflexión sobre la
violencia de género y un mensaje directo sobre la educación como medio para
cambiar las cosas. También es un dardo envenenado a la yugular contra el racismo inoculado,
contra la rabia latente y corrompida, ejercida sin piedad, control ni excusa a los que
solo llegan a otro país en busca de oportunidades.
Esto no es para todo el mundo
Si has podido -y debes- leer algo
de Jesús Cañadas antes, como la recomendable Pronto será de noche y Las tres muertes de Fermín Salvochea, probablemente sabrás que el autor no
suele escatimar en violencia o escenas de lo más duras. Valga esto como un pequeño trigger
warning, dado que Dientes Rojos va quizá un paso más allá, pudiendo
el lector experimentar escenas de absoluta pesadilla. Las vísceras salpican, huelen
y se sienten en las propias carnes. Lo sórdido impregna la página por momentos,
demoliéndote por dentro. El lenguaje esta tan cuidado, la prosa tan elaborada y
pensada, que es imposible no implicarse, agujerearse por completo y dejarse
arrastrar hasta su tortuoso final. Guiarse por su protagonista(s) hasta las
últimas consecuencias, pese a que sean inaguantables y contradictorios. Seres
rotos y corrompidos, repletos de dolor y rabia. Todo tiene un sentido. Todo
tiene un final. Demoledor.
He visto este libro por Goodreads últimamente y por lo que comentan, y por tu último apunte, sé que no es una lectura para mí.
ResponderEliminarEspero tu siguiente recomendación ;-)
Un beso, Mangrii.