Michael McDowell (trad. de Albert Vitó)
Blackie Books
Bolsillo | 272 páginas | 9,90€
Parece mentira que hayan pasado 7 semanas desde que el fenómeno Blackwater arranco en nuestras librerías, pero ese es el caso. Por eso estamos hoy aquí, ya pasados el ecuador de la saga Blackwater, para hablar un poco sobre esta cuarta parte, que pese a su bélico titulo, parece presentar un escenario — a priori— más en calma que su predecesora. La guerra es una entrega que permite respirar un poco al lector, donde el horror (y el drama) habitual no están tan presentes, concediendo una nueva dimensión a otros personajes que hasta el momento más secundarios (o no habían nacido). Abarcando un periodo que va desde 1938 hasta 1946, en plena 2ª Guerra Mundial, La guerra es quizá el volumen más difícil de valorar por separado, dado que resulta menos fascinante (en cierto sentido) que los tres anteriores… pero termina situándose como un eslabón clave en lo que parece estar por venir en los dos próximos —y últimos— volúmenes.
La calma tras la tormenta
Todos estamos en lo cierto cuando pensamos que La casa fue un antes y un después en la saga Blackwater, tal como lo fue Tormenta de espadas en su momento. Las relaciones dentro de la familia Caskey, así como sus costumbres, han empezado a cambiar. Son otros tiempos, tiempos de guerra, aunque a la familia no le afecte especialmente, salvo para bien en sus arcas. Es el momento de que conozcamos más a fondo a las jóvenes Frances y Miriam mientras van a la universidad, de ver como Oscar (alentado por Elinor) triunfa y expande su negocio, o de como la familia tiene que lidiar con un hijo un poco taimado. La guerra presta más atención a la sangre joven de la familia, a las hijas e hijos de los Caskey que hemos ido viendo aparecer con el tiempo y se supone, llevarán las riendas de la familia en el futuro. La guerra es una apertura de tablero de juego, una especie de reinicio más calmado, pero prometiendo en el horizonte una nueva tormenta.
Portada original de la cuarta entrega
La Segunda Guerra Mundial
Una de las claves de esta cuarta entrega es el periodo de tiempo en el que transcurre. La vida avanza, y la guerra llega. La Segunda Guerra Mundial cambió de manera drástica EE.UU, sobre todo en su panorama económico y social. Las consecuencias de la depresión de 1929 quedaron atrás y el país prosperó hacia delante. Con la facilidad que tiene siempre McDowell, el nuevo contexto social es palpable entre las páginas de La guerra, tanto dentro de los Caskey como en la misma Perdido. Aunque solo se menciona más de pasada, el racionamiento y la obligatoriedad del ejército están presentes en Blackwater. Las inversiones de la familia tienen beneficios durante la guerra y eso, por supuesto, repercute en su estilo de vida. La guerra y las carencias que genera, digamos, no se notan tanto. Los personajes crecen y avanzan en la serie como lo harían en la vida misma, ahora con una familia mucho más unida que nunca y en general, viviendo buenos tiempos para el clan Caskey pese a lo que ocurre en el mundo.
La intriga sobrenatural continua
A la vez que todo continua y sigue hacia delante en el tiempo, la vertiente sobrenatural de la trama sigue dejando pistas, a paso lento y sin prisa, arrojando luz (u oscuridad, según como se mire) con algunas escenas y temas que hasta el momento solo se habían sugerido. Tras el giro que dio la tercera entrega, este ritmo más pausado que la anterior permite que Miriam y Frances —las dos hijas de Elinor— tomen un papel mucho más relevante. Serán las conversaciones que esta última mantenga con Elinor, así como sus propios actos, los que sigan arrojando intriga sobrenatural y misterio sobre su figura y relevancia dentro del pueblo de Perdido y su (sucio) río. McDowell conserva su habilidad para revelar lo justo y necesario, para mantener nuestro interés con esa aparente sencillez casi magnética, con esa máquina narrativa que solo nos pide saber más y más. Y para muestra, las cinco páginas finales de La guerra. Nos vemos en La fortuna.
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