Max Porter (trad. de Milo J. Krmpotic)
Random House
Tapa blanda / Digital | 122 páginas | 7,99€ / 17,90€
Que la narrativa experimental es una de las cosas que más disfruto no es ninguna sorpresa. Casa de hojas de Mark Z. Danielewski es una de mis novelas favoritas de todos los tiempos, la estructura de El atlas de las nubes de David Mitchell me vuelve particularmente obsesivo o, hace relativamente poco, hablaba con fascinación de George Saunders y su Lincoln en el bardo. Otro tanto podría decir de Max Porter, quién con esta su primera novela El duelo es esa cosa con alas, que toma el nombre prestado de un poema de Emily Dickinson, se atreve con la simple -y a la vez compleja- tarea de contar la conmovedora historia de un padre y sus dos hijos pequeños, quiénes tras perder a su esposa y madre respectivamente, deben superar su dolor. Para ello, un cuervo que habla se presenta ante la puerta de su casa.
Foto de Alexander Sinn
Ecos poéticos
Una de las curiosas fortalezas de El duelo es esa cosa con alas es que parece leerse como una colección de poesía, aunque realmente no lo es. Contada a través de tres puntos de vista alternos -el padre, los niños y el cuervo- cada una de las secciones es capaz de mostrar un carácter y voz puramente propios, pero siempre negando construir una trama general a la que el lector pueda agarrarse. La fragilidad lírica de Porter se da la mano con enigmáticos y sentidos diálogos, donde muestran más que explican las emociones de cada uno. Las palabras están puestas en el punto exacto, pese a lo disperso que pueda parecer el texto, calando a fondo en el avezado lector y surtiendo el efecto deseado cuando es necesario. Hay instantes de pura magia, donde una simple palabra, colocada en el lugar preciso, nos rompe por dentro y desata las lágrimas.
Una de las curiosas fortalezas de El duelo es esa cosa con alas es que parece leerse como una colección de poesía, aunque realmente no lo es. Contada a través de tres puntos de vista alternos -el padre, los niños y el cuervo- cada una de las secciones es capaz de mostrar un carácter y voz puramente propios, pero siempre negando construir una trama general a la que el lector pueda agarrarse. La fragilidad lírica de Porter se da la mano con enigmáticos y sentidos diálogos, donde muestran más que explican las emociones de cada uno. Las palabras están puestas en el punto exacto, pese a lo disperso que pueda parecer el texto, calando a fondo en el avezado lector y surtiendo el efecto deseado cuando es necesario. Hay instantes de pura magia, donde una simple palabra, colocada en el lugar preciso, nos rompe por dentro y desata las lágrimas.
Sobre el amor y la perdida
Dice uno de los personajes que cualquier persona con un mínimo de sensibilidad sabe que el luto es un proyecto a largo plazo. No podría estar más de acuerdo. Para Max Porter no existe ningún modelo Kübler-Ross de etapas del duelo ni nada que se le parezca. En una profunda meditación sobre el tema, El duelo es esa cosa con alas nos plantea como cada uno de nosotros afrontamos la perdida de forma diferente y que no hay ningún estándar de superación. Todo ello dispersado en un profunda meditación sobre el amor más carnal, la muerte y el arte, vistos a través de fragmentos, viñetas y escenas recopiladas a través de una lógica mucho más imaginativa que argumentativa. También, con mucho más humor, bastante negro, del que puedas esperar en una historia sobre el duelo. Y bueno, un cuervo un poco toca narices que habla.
Imagen de la adaptación teatral
Érase una vez un Cuervo
Por supuesto, tenemos que hablar del Cuervo (en mayúscula), clave de todo El duelo es esa cosa con alas. Y es que no todos los días vemos al cuervo representado en la ficción como una figura que ayuda a superar el duelo, y no como símbolo de advenida muerte. Sin embargo, en la ficción de Max Porter, tiene todo el sentido del mundo. Primero, por que funciona como un recurso metaliterario, dado que el padre de los niños es un escritor que se encuentra trabajando en un ensayo sobre Crow: from life and song of crow, de Ted Hughes. La segunda, es por la naturaleza del cuervo como animal. Inteligente y resistente, sobrevive pese a la adversidad y, en este caso, el dolor. En cambio, Max Porter lo utiliza de forma antitética, como alivio, consejero y cuidador, se alimenta de ese dolor como dando una cuidada bofetada para que los protagonistas enfrenten la verdad con serenidad.
Hiperfocalización de emociones
Más allá de toda la experimentación formal del texto, entre alguna que otra divagación y graznidos de cuervo, El duelo es esa cosa con alas realiza una hiperfocalización de las emociones y experiencias de sus personajes como nunca antes había leído. El dolor se confunde con sensaciones que chocan entre sí y parecen enfrentarse con algo que parece ineludible. El velo de la perdida se va cayendo para cada personaje de la historia, haciéndose real, funcionando la muerte como catalizador de un mundo surrealista donde un cuervo rescata a una familia de la desesperanza. Un curioso camino hasta un final tan conmovedor como profundo que tiene lugar en la nieve, donde las lagrimas están, de nuevo, prácticamente aseguradas.
Por supuesto, tenemos que hablar del Cuervo (en mayúscula), clave de todo El duelo es esa cosa con alas. Y es que no todos los días vemos al cuervo representado en la ficción como una figura que ayuda a superar el duelo, y no como símbolo de advenida muerte. Sin embargo, en la ficción de Max Porter, tiene todo el sentido del mundo. Primero, por que funciona como un recurso metaliterario, dado que el padre de los niños es un escritor que se encuentra trabajando en un ensayo sobre Crow: from life and song of crow, de Ted Hughes. La segunda, es por la naturaleza del cuervo como animal. Inteligente y resistente, sobrevive pese a la adversidad y, en este caso, el dolor. En cambio, Max Porter lo utiliza de forma antitética, como alivio, consejero y cuidador, se alimenta de ese dolor como dando una cuidada bofetada para que los protagonistas enfrenten la verdad con serenidad.
Hiperfocalización de emociones
Más allá de toda la experimentación formal del texto, entre alguna que otra divagación y graznidos de cuervo, El duelo es esa cosa con alas realiza una hiperfocalización de las emociones y experiencias de sus personajes como nunca antes había leído. El dolor se confunde con sensaciones que chocan entre sí y parecen enfrentarse con algo que parece ineludible. El velo de la perdida se va cayendo para cada personaje de la historia, haciéndose real, funcionando la muerte como catalizador de un mundo surrealista donde un cuervo rescata a una familia de la desesperanza. Un curioso camino hasta un final tan conmovedor como profundo que tiene lugar en la nieve, donde las lagrimas están, de nuevo, prácticamente aseguradas.
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