Vamos a morir todos, de Emily Austin

Vamos a morir todos
Emily Austin (trad. de Julia Viejo)
Blackie Books
Tapa dura / Digital | 280 páginas | 21€ / 11,50€



Si algo ha puesto de manifiesto la reciente pandemia mundial es el consiguiente aumento de la crisis en salud mental que sufre la sociedad actual. Las preguntas existenciales con las que Gilda -la protagonista de Vamos a morir todos- se obsesiona cada día, parecen totalmente relevantes a medida que llegamos a esta llamada normalización en nuestras vidas. ¿Cómo afrontamos la realidad de nuestra nueva situación y seguimos adelante? Creo que no pocos nos hicimos esta pregunta con la llamada Nueva Normalidad. Esa cuestión también pesa de forma constante sobre Gilda, una lesbiana atea de veintitantos años cuya existencia esta plagada cadenas de pensamientos de pánico y reacciones exageradas a hechos que no deberían tenerlas. Sus múltiples visitas a la sala de urgencias con dolor en el pecho solo la dejan con derivaciones a psiquiatría que nunca llegan a solucionar nada.

Sin embargo, Gilda se topa un día con un folleto de apoyo gratuito a la salud mental. Cuando visita la dirección indicada, en su verdadero intento de buscar ayuda, consigue sin darse cuenta un trabajo como recepcionista de una iglesia católica local. Entre ponerse al día con la Biblia, esconder a su nueva novia de los feligreses católicos teniendo citas con un coach motivacional italiano e intentar hacerse pasar mediante correo electrónico por la antigua recepcionista, Gilda se ve envuelta en un huracán de tramas que no la ayudan. A esto, tenemos que sumar un hermano que parece haber caído en el alcoholismo, una familia que no la comprende, una novia que no puede atender y una falta total de ingresos para llegar a fin de mes. Un ciclón de tramas que destapa los mayores ataques de pánico que Gilda haya tenido hasta el momento.

Emily Austin construye la historia de Vamos a morir todos a través del punto de vista fragmentado de Gilda, haciéndonos participes de una especie de macabro monólogo interior oscuramente divertido. La narrativa de Gilda, al igual que su cabeza, salta constantemente en el tiempo y el espacio: en un minuto estamos en la iglesia, al siguiente en su línea actual de tiempo y luego, en un flashback. Afilado con una prosa aguda e mordaz, leer Vamos a morir todos es ponerse en la piel de la propia Gilda y sus obsesiones más enfermizas. El punto de vista de una joven obsesionada con el dolor y la muerte que la rodean, debilitada por la idea de causar cualquier daño a los demás, y sintiéndose una impostora de su propia existencia. Las viñetas de su vida, de apenas unos pocos párrafos cada una, van conformando el cosmos fragmentado de su existencia y solo cuando se llegan a entrelazar y explotar, consiguen agitar las cosas en la vida de Gilda.

Aunque hay un momento en que Vamos a morir todos se vuelve más serio y dramático, el tono particular de Emily Austin hace que todo parezca astutamente divertido pese a su gravedad. Es posible que no arranque risas a carcajadas, pero si una pequeña sonrisa en los labios con momentos inesperados de humor, como que la contraseña del ordenador de la iglesia sea “contraseña”. Y aunque pueda parecer que el tema de la muerte es el centro de todo, pese a sus reflexiones y debates sobre ello están desde el comienzo de la novela, nunca es el remate y siempre es algo que se trata con la máxima ternura. El punto de Vamos a morir todos es la ironía de que mientras Gilda lucha por dar importancia a la vida de todos a pesar de su insignificancia cósmica, se olvida de valorar su propia existencia de la misma manera, pese a que esta rodeada de personas que la quieren. Lo sarcástico de ver como en su intento de proteger todos los nudos emocionales que la atan, no se da cuenta de que ella misma se esta desmoronando.

No obstante, en el final de Vamos a morir todos hay una patina de esperanza. Decía su traductora, Julia Viejo, que es el libro perfecto si estas regular y necesitas que te digan que todo saldrá bien. Por que si bien Emily Austin hace un libro sobre la fragilidad del ser humano y lo complicado de sobrevivir en un mundo que puede sentirse lleno de problemas, también da perspectiva sobre lo normal que es darse cuenta de los horrores que rodean nuestra cotidianidad, muerte incluida. De como lo normal ante la realidad, en la mayoría de los casos, es permanecer más que ciegos en aras de mantener la rutina. A fin de cuentas, Vamos a morir todos es un más que recomendable vistazo ilustrado a lo que es sufrir ansiedad y depresión paralizantes, contado desde una óptica frágil y deliberadamente divertida, para conseguir señalar, con excelente exactitud, la cantidad de veces que estamos expuestos a la muerte. Por que al final, vamos a morir todos. Pero no hoy.

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