Mundo hormiga, de Charlie Kaufman

Mundo hormiga
Charlie Kaufman (trad. de Ce Santiago)
Editorial Barret
Rústica | 944 páginas | 29,90€



Cuando a uno le gustan las narrativas extrañas, las historias rebuscadas y esas películas imposibles que dan dolor de cabeza entender, raro sería que no le suene el nombre de Charlie Kaufman. En el improbable caso de que eso suceda, saber que el guionista de películas y joyas de lo audiovisual tales como ¡Olvídate de mi!, Adaptation o Como ser John Malkovich ha escrito una (mastodóntica) novela, puede ser suficiente aliciente para lanzarse de cabeza a por Mundo hormiga. Una historia, que valga la redundancia, solo el propio Charlie Kaufman podría haber escrito. Por que ante todo, Mundo hormiga es un artefacto narrativo agotador, divertido, inconexo, obsesivo y extraño, que juega con la ficción especulativa, lo excéntrico y el mundo del cine para atraparnos en una especie de escalera infinita de Escher.

Rehaciendo una película
Lo más fácil, y aunque parezca mentira a la hora de hablar de Mundo hormiga, es explicar a cualquiera de que va la novela. Un mediocre critico de cine de unos 50 años llamado B. Rosenberger Rosenberg (que no es judío, conste en acta), es un pomposo perdedor, dolorosamente progresista, que trata de hacer llegar sus opiniones sobre todo lo opinable en su blog. En un viaje a Florida para escribir uno de sus (mentira) esperados ensayos de nombres ininteligibles e interminables, se encuentra con un curioso anciano llamado Ingo Cubirth del cual termina haciéndose amigo. Este le cuenta que lleva filmando una película en animación stop-motion durante toda su vida, en su pequeño apartamento, y que su visionado dura tres meses. Y B. será la primera persona que la vea.

Portada original

Tras el descubrimiento, B. no puede estar más que exaltado por la extraordinaria experiencia cinéfila vivida y desea que el mundo entero conozca la película. Al igual que Max Brod con Kafka, nuestro amigo B. desobedece el deseo de Cubirth y carga descuidadamente los miles de carretes y cajas de títeres en una camioneta alquilada para poner camino a casa y mostrar al mundo este asombroso descubrimiento. Sin embargo, B. no se da cuenta de que el viejo nitrato, con el que se hacia el celuloide de antes, es un tanto explosivo cuando se expone al aire libre. Cuando la catástrofe llega y la película desaparece del universo, solo un fotograma sobrevive. Aquí empieza un viaje aterrador, donde B. tiene la increíble misión de reconstruir la película a través de los recuerdos y su mente.

Metaficción por un tubo
Nadie duda de que Mundo hormiga sea un libro gigantesco e inabarcable, nada menos que su tamaño da fe de ello. Sin embargo, también es un libro gigantesco por dentro, un lugar donde perderse entre gags increíblemente creativos y una amalgama de referencias culturales que pueden abrumar a cualquiera. Por que en Mundo hormiga caben todas las marcas registradas y conocidas en los guiones de Kaufman, dejando al lector a su conclusión ebrio (a veces demasiado) de su autoconciencia metaficcional. Referencias a celebridades y escritores reales de cine, incluidos un desprecio continuo hacia un tal “Charlie Kaufman” al cual ataca más de un centenar de veces. Al igual que sus películas, Mundo hormiga se rodea de un alma psicodélica, establecida en una vaga realidad, que representa la existencia humana de la única forma que sabe: desgraciada pero llena de humor.

Portada del paperback

B., un personaje memorable
Dice el propio Kaufman en una entrevista que ‘es más interesante meterse en la cabeza de alguien que te desprecia que de alguien que te ama.' Quizá sea eso lo que haga de B. Rosenberger Rosenberg un personaje realmente memorable, desagradable, patético y hasta cierto punto, interesante. Esta obsesionado con la raza, que todos sepan que no es judío, usar bien los pronombres, las personas trans y le molesta casi todo, incluso que no lo lo hayan violado de niño. B. es esa persona que consideramos un trol, un niñato de Internet o de un foro (pero en versión cincuentona), al cual es mejor bloquear y no dar voz ni crédito. Esta es la forma que Kaufman retuerce y fuerza el interés en B., que parte de una caricatura odiable de un personaje de Internet para ir creciendo a medida que su viaje en busca de sentido tiene menos sentido, en una mejor persona. Un cambio quizás demasiado abrupto tras tantos y repetidos viajes a través de su mente, de devaneos surrealistas y giros absurdos que vinieron antes y después a los cuales parece imposible poner sentido.

Por que uno de los temas subyacentes de Mundo hormiga es sin duda la percepción. La percepción de todo, forzando los límites de la realidad hacia un estudio agudo de la humanidad, de los mundos internos de cada uno y de como nuestras nociones preconcebidas nos afectan día a día, aunque no queramos ni sintamos que lo hacemos. Aunque Mundo hormiga comienza como una especie de extraña parodia de la critica cinematográfica y todo su mundo repleto de endogamia (según él, claro) y adulaciones, se transforma en una locura de viaje kafkiano repleto de sorpresas, de referencias dentro del habitual imaginario del propio Kaufman y, de reflexiones sobre la imposibilidad de representar la verdadera experiencia que suponen el arte o el fracaso artístico.

Portada de la edición rusa

Sorpresas sin límites
¿Te imaginas de lo que puede ser capaz una de las mentes más salvajes, creativas y surrealistas del cine sin limitaciones de tiempo o presupuesto? Bien, probablemente eso es lo que puedes esperar de Mundo hormiga. Por que Kaufman se ha planteado volar los límites de la ficción y jugar a sorprender al lector una y otra y otra y otra vez. Son más de 900 páginas de desventuras, que incluyen robots del Presidente Trunk (no Trump, claro), hipnotistas de medio pelo, un doppelgänger suntuosamente próspero, relaciones sexuales con una montaña e incluso, una trágica amistad con una hormiga del futuro llamada Calcio. Cada inmersión en la mente de B., con el objetivo de recuperar el metraje perdido de la película de Cubirth, es un viaje a la genialidad y la locura de Kaufman donde da rienda sueltas a todas y cada una de sus fijaciones e ideas sin parar.

Una perversión tras otra, que cede a cualquier tipo de estructura dentro de Mundo hormiga, se siente como un viaje infinito e interminable en algunos puntos. Kaufman crea un artefacto (me niego a llamarlo novela) sobrecargado y laborioso, con la firme labor de volcar todo su ingenio y verborrea mental en el texto. Algo que para algunos puede ser un texto inflado e incluso frustrante, ya que todo parte de una sola idea que se reelabora una y otra vez para desatar todas sus florituras surrealistas y sátiras superficiales del mundo. Sin embargo, para el que se encuentra tras las teclas, resulta una expedición imaginativa sin igual, si bien sobrecargada y algo repetitiva en su tercio final, el resultado final es un viaje repleto de chispas de humor e imaginación que, por redundante que sea, de nuevo, solo Kaufman podría ser capaz de hacer.

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