Gabriel Josipovici (trad. de José Luis Amores)
Pálido Fuego
Rústica | 126 páginas | 14,90€
Un narrador innominado cuenta la historia de un traductor profesional cuya identidad tampoco llegaremos a conocer. La primera frase de la sinopsis de El cementerio de Barnes funciona como un cebo perfecto para ver lo que nos vamos a encontrar. Sin embargo, Gabriel Josipovici, reputado autor de una docena de novelas y miembro de la Royal Society of Literature, lleva esta primera línea del argumento hasta el extremo, exprimiendo un juego posmodernista repleto de brillantes usos de las técnicas narrativas. Tres tramas y tres lugares entrelazados por una narrativa heteroglósica que va y viene a lo largo de los años.
Portada de su edición original
Un traductor profesional. Londres, París y Gales. Dos matrimonios y un período de vida en solitario. Un narrador omnisciente, del cual nunca sabremos su procedencia, compone las historias mezclando fragmentos con cada una de las vidas del personaje. Un narrador poco confiable, que crea dudas en el lector desde los primeros compases al intercambiar y metamorfosear diferentes detalles y elementos de la historia. ¿Sueños o realidad? Las sutiles alteraciones del texto crean un abanico de posibilidades y variaciones para el lector, haciéndonos dudar (e interpretar) de forma constante donde se separan realidad y ficción en la vida de este traductor.
Un realismo descriptivo sumergido en detalles ficticios que Josipovici aprovecha para crear una ambigüedad y una atmósfera de lo más contradictoria. Una inquietud y a la vez tranquilidad cotidiana que sumerge al lector en una especie de hipnosis a la que es difícil escapar durante su centenar de páginas. Y es que El cementerio de Barnes es confuso por que Josipovici es capaz de serlo, sin nunca llegar a revelar demasiado, pero sin tampoco ser trivial y complicado de leer. Porqué, aunque utiliza un narrador externo para parecer frío y distante de lo contado, El cementerio de Barnes termina siendo un intenso relato sobre la pérdida.
Concierto del Cardinal de La Rochefoucauld en el Teatro Argentina de Roma
Lo hace a través de la literatura y la música. A lo largo del texto, El cementerio de Barnes esta plagado de citas, tanto traducidas como en su idioma original, que impregnan lo narrado de sentimiento. No son juegos eruditos ni fanfarronerías, si no que representan el estado de ánimo del traductor y siembran pequeños núcleos de significado que se repiten en el tiempo. La fábula de Orfeo de Monteverdi, El viento comenzó a mecer la hierba de Emily Dickinson o Los arrepentimientos de Du Bellay, funcionan en la historia como una capa más de significado e interpretación en este profundo juego establecido por Josipovici.
Y es que, El cementerio de Barnes, más que una gran historia o trama, es un compendio de posibilidades narrativas trazadas con genio que piden una relectura a gritos. Lo nimios detalles que pueden pasar por alto en un primer vistazo, se antojan de lo más importantes para disfrutar e interpretar al cien por cien el juego de Gabriel Josipovici. Un divertimento que reflexiona sobre la memoria y la ficción, entre la palabra y la traducción, por los senderos de los recuerdos y las fantasías. El cementerio de Barnes lleva las potencialidades de la ficción a su máxima potencia solo para nuestro deleite.
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