Una de las voces
hispanoamericanas que más está resonando por la critica en los últimos años,
con permiso de Mariana Enríquez, es la de Mónica Ojeda. Tras poder leer novelas
como Nefando o Mandíbulas, con Las voladoras nos sumergimos en el imaginario de la autora a través de ocho cuentos en los que
se repiten dos ejes temáticos: la mujer y la mitología andina. Ocho relatos que
se mueven entre la ficción y lo más crudo de la realidad generando tétricas
sensaciones, erizando los pelos hasta el infinito y llevando el horror hasta
ese punto intermedio donde la fascinación y lo desagradable se convierten en
una misma cosa. No quieres mirar, pero a la vez -la mayoría de ellas- no puedes
dejar de hacerlo hasta el final.
Suturando puntos en común
Como toda colección de relatos,
salvo en contadas ocasiones, el conjunto de Las voladoras se me antoja un
tanto irregular. Algunas historias están excesivamente alargadas, otras
concluidas de forma un poco torpe, mientras otras, brillan en su perfección
estructural e impactan con su golpe final. Sin embargo, nadie puede discutir
que todo el conjunto comparte cierta coherencia, tanto estética como temática.
Mónica desarrolla cada relato usando una primera persona -con excepción de El
mundo de arriba y de abajo- con narradoras femeninas, donde la familia y
las relaciones tortuosas entre sus miembros suelen ser la urdimbre que maneja
el relato. La excepción es el curioso Soroche, donde es un grupo de
amigas el que vive una extraña experiencia en la montaña.
Otro punto en común, y por el que
particularmente leer a Ojeda es algo diferente e incluso lúdico, es la localización
andina de gran parte de los relatos. Nos descubrimos en Las voladoras, Cabeza
voladora o El mundo de arriba y el mundo de abajo navegando por relatos basados en las leyendas y religión originarias del lugar de nacimiento
de la autora. Son historias repletas de simbolismo y lirismo, que dejan cierto hueco y
detalle para ser referenciadas dentro de las localidades geográficas que Ojeda
conoce bien. Sin embargo, el punto común total es sin ninguna duda la degradación del cuerpo
humano. Un rasgo que, por lo que he podido leer a otros, suele ser de lo más habitual
en su obra.
Si tenemos que trazar un hilo final que
sutura todo el conjunto de Las voladoras es la obsesión. Todas las
protagonistas y narradoras de la colección tienen un mayor o menor grado de
obsesiones y momentos que han afectado a sus vidas. Tanto da que estemos ante
relatos más líricos como Terremoto y Las voladoras, que pasemos el
filtro por algo más estándar como Soroche, que sean más confusos como Caninos y contundentes como Slasher (mi favorito). La obsesión es un tema que
mueve cada una de las historias e incide directamente en el comportamiento y
desarrollo de cada una de ellas.
Cuestionando la femenino
Quitando los relatos de El
mundo de arriba y el mundo de abajo y Terremoto, Mónica Ojeda tiene
una particular intención de cuestionarse arquetipos femeninos a través de sus
historias. Reinterpretándolos a través del filtro de la tradición sudamericana y algunos
mitos de la tradición europea, Ojeda se propone difuminar la línea de lo real y
fantástico una y otra vez. Sin embargo, parece tener una peculiar fijación en el
incesto, tema que sale hasta en cinco ocasiones, pero que no siempre llega a
funcionar bien del todo como motivación. Por que en Las voladoras no encontramos
historias habituales, si no que de las que buscan lo extremo. Mónica nos lleva
un paso más allá, con el horror y el encogimiento como reacción habitual, a la
vez que la capacidad para que no dejemos de leer. Y si alguien quiere hacer la prueba, que lea el
inicio de Slasher e intente dejar la historia sin saber como termina.
Las voladoras, pese a su breve extensión, no es una lectura apta para todos los paladares. Es una lectura recargada, exigente en ocasiones, con bastante simbolismo y un gusto peculiar por lo macabro, visceral y sombrío. No todos los cuentos funcionan, pero los que lo hacen, son una absoluta e inolvidable maravilla.
Este es de lo que creo que sale un poco de las historias que más suelo disfrutar. No le digo que no, pero de momento volaré hasta sus páginas :-)
ResponderEliminarUn beso.