Premio Hugo, Locus y World
Fantasy Award en el año 2005. Con todo ese engalamiento detrás, sumado al
colofón de fans que arrastra, uno coge Jonathan Strange y el Señor Norrell
con una sensación de ganas y cierto temor. Ganas, por adentrarse en una de las
obras de fantasía más (re)conocidas de los últimos años. Temor, por no ser todo lo que
puedas esperar. Sin embargo, hay una tercera vía, a la que me adscribo en toda su amplitud. Sabía
lo que me iba a encontrar gracias a su excelente adaptación televisiva (BBC, 2015), pero
al final, la novela de Susanna Clarke no ha cumplido con lo que me esperaba. Empecemos por el
principio.
El regreso de la magia
La premisa inicial (y casi
central) de Jonathan Strange y el Señor Norrell es el regreso de la magia a
Inglaterra, allá por los comienzos del siglo XIX. Sin embargo, la magia no había
desaparecido en ningún momento, solo que desde hace casi 300 años, no sé ha practicado. Los
magos son considerados todos aquellos que se limitan a estudiarla. No obstante, en las
afueras de York, un señor huraño y rancio conocido como Norrell, se autoimpone
la misión de devolver la gloria a la magia inglesa, aunque realmente le
fastidia en lo más hondo de su ser.
Sin embargo, la llegada de otro
mago práctico como él, llamado Jonathan Strange, lo revoluciona todo. La dualidad
conservadora y experimentadora de uno y otro son lo que harán avanzar y volver
a colocar en su lugar esta magia inglesa. Clarke nos sumerge en un libro de
historia, repleto de detalles mágicos y fantasiosos. Personajes reales, como el
duque de Wellington o Lord Byron, redibujan la historia de Inglaterra, reviviendo hitos históricos, sucedidos entre 1806 y 1817, como la batalla de Waterloo o las
Guerras Napoleónicas, pero siendo reelaborados con cierta especulación fantasiosa.
El contexto
La mayor riqueza que aporta la
novela es sin duda su contexto histórico y social. En plena época romántica,
donde las ideas liberales estaban en su gran apogeo y la revolución industrial
asomando la patita, las tensiones políticas son palpables y la guerra contra
Napoleón está presente en todo momento. Es más, se come toda la parte central de la novela. Sin embargo, lo que más llama la
atención, es como Clarke consigue plasmar la vida de los caballeros de la época. La alta
clase británica contra la vida de sus (casi) esclavizados sirvientes. No obstante, es interesante
como Susanna va rompiendo algunos estereotipos, casi de tapadillo. La autora va
difuminando los límites sociales de su contexto histórico y otorgando, con su fina ironía, un papel a las
mujeres nada esperado y muy disfrutable.
Un libro de magia sin (casi) magia
La magia de Jonathan Strange y
el Señor Norrell no tiene límites. Demasiado mal acostumbrados nos tiene Brandon Sanderson. Tanto te puede cambiar el viento como
crear unos barcos de niebla o crear carreteras de la nada. No sabemos cómo funciona, ni como se hace. Susanna
en ningún momento delimita un sistema mágico ni impone regla alguna, más allá
de las de la mera caballerosidad británica. Es una magia más bien aleatoria, a veces, con indefinidas consecuencias. Es una magia inexplicable, que queda al libre
albedrío de cada lector y que, he de admitir, se manifiesta demasiado poco para lo
larga que es la novela. Esta baja fantasía, sin embargo, en los momentos que hace aparición es brillante, y dota a la novela de una gran imaginativa, asentada dentro de
la coherencia y realismo de esa Inglaterra romántica.
La metanovela
Probablemente una de las
cuestiones más fascinantes que rodeen la lectura Jonathan Strange y el Señor Norrell
es como está escrito. Clarke narra como si de un estudio histórico se tratara,
donde la historiadora, como un personaje más, sigue el desarrollo de los
acontecimientos de forma minuciosa y aclaratoria con kilométricas notas al pie de algunos de los hechos mencionados de pasada. Clarke se destapa como una autora capaz de
escribir como un clásico (Shelley o Dickens) en plena actualidad. La narración,
sin embargo, lejos de ser objetiva a los hechos, tiene un deje irónico, crítico
y de doble sentido que la hacen deliciosa. El sarcasmo es una buena arma para enganchar al lector.
Sin embargo, el interés de la historia decae con frecuencia. Clarke da vueltas innecesarias para llegar a un mismo sitio esperado, pudiendo quitar una buena cantidad de páginas sin desmerecer el resto de la historia. La parte central se pierde en devenires sin interés, que para más inri, tienen un final abrupto cuyo aporte al cómputo general de la novela podríamos decir que es más bien escaso. Es reconocible, sin duda, su labor de construcción de mundo o los detalles en sus personajes secundarios, pero surte un efecto plomizo en el ritmo y hace perder el interés paulatinamente, costando llegar a ese efectivo, pronosticado y climático tramo final.
¡Hola!
ResponderEliminarCon de la buenas críticas que había leído, me ha venido muy bien leer la tuya. Supongo que veré la serie directamente.
¡Un saludo!
¡Que a mi no me haya entusiasmado no quiere decir que a ti no! Es un libro que yo catalogaría como especial, y que al menos, quizá hay que probar. Eso si, la serie es must :)
EliminarLo tenía apuntado desde hace tiempo, pero tras leerte se me han quitado las ganas. Como dice Rachel, creo que me decantaré directamente por la serie.
ResponderEliminarUn abrazo ;)
Soy una rara avis entre sus lectores, y aún así, creo que merece la pena probarlo por ver como es. Eso si, la serie, obligatoria :)
EliminarBueno, ya sabes que a mí me encantó. Ya vi, por tus comentarios en Goodreads, que no era muy de tu estilo.
ResponderEliminarYo creo que el año que viene la releeré :-)
Seguro que tu próxima lectura es más redonda :-)
Un beso, Mangrii.
Más que no ser de mi estilo, no me ha entusiasmado la historia. O, podría decir, que las partes que me han entusiasmado eran a ratos, y ha truncado un poco la experiencia. Espero que disfrutes la relectura :)
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