Cuando a la realidad y el terror son separados únicamente por una línea fina y difusa, la sensación de horror se acrecienta en los poros de la piel. Se siente, se toca, se roza. Es cercana. Mientras uno va leyendo, página a página, empieza a sentir esos miedos en si mismo y a preguntarse: ¿no podría esto pasarme también a mí? Claro, he ahí la magia. Esa es el arma de Cristian Romero en Ahora solo queda la ciudad, una antología originalmente publicada en 2016 (Hilo de Plata, Colombia) pero que La máquina que hace Ping ha recuperado para el mercado español, con prólogo de Elia Barceló y portada de Juan Alberto Hernández.
Ocho relatos de fantasía oscura,
realismo mágico, terror y cierto componente weird que juegan a la
insinuación llevando a cabo -con bastante acierto- la norma de mostrar más
que contar. Cristian se destapa como un escritor de sensaciones, un
sugestionador de mundos complejos de los que apenas podemos ver una migaja. De esas historias que se retuercen con un giro final impactante. El ejemplo perfecto es el primer
relato titulado Familia, inquietante relato sobre relaciones familiares;
Podría ser la hija perfecta, una perturbadora historia que habla de la
paternidad y el síndrome post parto y; El perro bajo tierra, una gran
historia cuyo giro final te dejará patidifuso.
Ahora solo queda la ciudad
es una antología breve, de apenas un centenar de páginas, pero que exige ser
leída con pausa y la cabeza bien puesta. La mayoría de cuentos, salvo el último, apenas ocupan una
decena de páginas. Sin embargo, pese a su corta extensión, algunas de las
historias sugieren complejos mundos en los que historias más grandes podrían
suceder. Es el caso de mi favorito: Más allá de las ruinas. En él Cristian
crea un intrigante mundo futurista apocalíptico y toda una misteriosa sociedad. También sería ejemplo el que da nombre a la antología, Ahora solo queda la ciudad, un
relato desasosegante sobre una ciudad que se va extinguiendo poco a poco.
Tampoco debemos olvidar el toque creepy que transmiten los textos de la antología, como mencione al principio. Es el caso de El niño sin brazo, un relato con alma de Junji Ito. O El cadáver, otro de mis relatos favoritos y uno de los más inquietantes del volumen, donde un hombre tiene un accidente y huye, dejando un cadáver en el suelo que al día siguiente sigue allí. Lo mejor, como suele ser, se deja para el postre. Y ese es El Vientre, un relato con aires de thriller pesadillesco que recuerda a las historias cortas de Mièville y a Enemy de Villeneuve, con dos líneas temporales que narran una extraña huida.
Uy, pues yo creo que esta es de las mías :-)
ResponderEliminarUn beso y gracias por traerla ;-)
Si, si y si. Relatitos con mal rollo. Te pegan :)
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