Alex Landragin (trad. de Marcelo E. Mazzanti)
Duomo Ediciones
Tapa dura | 400 páginas | 34,90€
Desde octubre del año pasado —por culpa de un artículo que llamé 20 libros que me gustaría ver traducidos— tenía la novela Cruces, de Alex Landragin, como uno de mis ineludibles lecturas pendientes. Tal era el punto, que estaba a punto de dar el paso para leerla en inglés. Sin embargo, Duomo Ediciones, que ya el año pasado sorprendió al público con la edición de S. El barco de teseo, ha vuelto atreverse con la literatura ergódica (aunque menos compleja) y lanzó, este pasado 30 de septiembre, la novela de Alex Landragin en un precioso formato cartoné que hace juego (al menos en la estantería) con la novela de J. J. Abrams y Douglas Dorst. Sin embargo, más allá del atractivo visual de la edición, Cruces. Historia de dos almas, tiene la peculiaridad de estar diseñada para ser leída en dos direcciones diferentes, abarcando ciento cincuenta años de historia, moviéndose a través de siete vidas diferentes y dos almas que se buscan. Una premisa, si me preguntan, que funciona como un anzuelo perfecto para mí.
Tres manuscritos, una novela
Una rica coleccionista encarga a un hombre que encuaderne tres manuscritos con una condición: que no los lea. Pero cuando se entera de que la mujer ha muerto –algunos dicen que asesinada– el encuadernador rompe con impunidad su promesa. Queda tan impresionado –y perturbado– por la lectura de los manuscritos que decide publicarlos bajo el título de Cruces. El volumen, al completo, contiene tres narrativas, cada una tan improbable como la anterior, según dice nuestro narrador. Y las tres narrativas –además– se pueden leer de dos maneras diferentes, tal como le han indicado al propio encuadernador: directamente, como un libro normal, de principio a fin; o según una secuencia de capítulos alternativa.
La primera, titulada La educación de un monstruo, es el digno autorretrato de un Baudelaire absolutamente esnob y colosalmente egocéntrico que cuenta una historia de fantasmas nunca antes vista (ni conocida) del poeta y ensayista francés. La segunda, titulada La ciudad de fantasmas, nos pone en la piel del filosófico y crítico literario alemán de origen judío Walter Benjamin, un hombre cuyas pesadillas recurrentes se curan cuando se enamora de una mujer en un cementerio que lo arrastra a una peligrosa intriga de manuscritos extraños, corrupción policial y peligrosas sociedades literarias. Y todo termina (o empieza, según como se mire) con Cuentos del Albatros, donde una joven llamada Alula cuenta su trágica historia de amor tras la llegada de los primeros europeos a una isla remota de Polinesia.
Imagen extraída de la web de Duomo Ediciones
Rayuela versión para novatos
El prefacio de Cruces es toda una provocación metaficcional para el lector: Yo no escribí este libro. Lo robé. Metidos de lleno en el misterio, tan solo con esta frase, nuestro anónimo narrador nos da —tras contar su pequeña historia con los manuscritos— dos opciones para encarar nuestra lectura. El libro puede leerse en orden paginado, recorriendo cada uno de los tres libros uno por uno, o puede leerse en lo que la esposa del encuadernador ha llamado la "Secuencia de la Baronesa", que lleva al lector a través de los tres libros simultáneamente (recordándome a La ciudad de las nubes, de Anthony Doerr), siguiendo las notas dentro de los pies de página al estilo de la Rayuela de Cortázar, pero con ramificaciones más simplificadas y acotadas.
La relación entre los cuentos, promete el narrador del propio prefacio, se revelará, ya sea que leamos los tres libros en orden o en la Secuencia de la Baronesa, llamada así por la desafortunada propietaria del manuscrito, que entrelaza capítulos de los tres manuscritos en una sola novela. La elección, como provocaba Relojes de cristal de Gareth Rubin hace unos meses, supone una única (e irrevocable) opción, dado que nadie podrá comparar realmente la experiencia de leer una novela de una manera con la de leer la otra propuesta, porque uno solo lee una novela por primera vez. Una lectura influenciará a la otra, salvo que tengas la capacidad de borrar por completo tu memoria.
El prefacio de Cruces es toda una provocación metaficcional para el lector: Yo no escribí este libro. Lo robé. Metidos de lleno en el misterio, tan solo con esta frase, nuestro anónimo narrador nos da —tras contar su pequeña historia con los manuscritos— dos opciones para encarar nuestra lectura. El libro puede leerse en orden paginado, recorriendo cada uno de los tres libros uno por uno, o puede leerse en lo que la esposa del encuadernador ha llamado la "Secuencia de la Baronesa", que lleva al lector a través de los tres libros simultáneamente (recordándome a La ciudad de las nubes, de Anthony Doerr), siguiendo las notas dentro de los pies de página al estilo de la Rayuela de Cortázar, pero con ramificaciones más simplificadas y acotadas.
La relación entre los cuentos, promete el narrador del propio prefacio, se revelará, ya sea que leamos los tres libros en orden o en la Secuencia de la Baronesa, llamada así por la desafortunada propietaria del manuscrito, que entrelaza capítulos de los tres manuscritos en una sola novela. La elección, como provocaba Relojes de cristal de Gareth Rubin hace unos meses, supone una única (e irrevocable) opción, dado que nadie podrá comparar realmente la experiencia de leer una novela de una manera con la de leer la otra propuesta, porque uno solo lee una novela por primera vez. Una lectura influenciará a la otra, salvo que tengas la capacidad de borrar por completo tu memoria.
Por mi parte, la estructura de la Baronesa era la que me daba la sensación de ser lo que daba esa chispa de magia al libro. Creo que no me equivoque, leyendo posteriormente al propio Landragin, dado que parece aportar algo más al lector. Leer el texto de esta manera significa comenzar en la página 150 y alternar entre las historias de Benjamin escapando de la Francia ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, Baudelaire contemplando una existencia metafísica alternativa mientras intenta completar su historia escrita a mano, y el relato de Alula y Koahu, los personajes cuya historia explica el origen, los principios y los resultados del cruce. Parece, en conjunto, una experiencia más embriagadora, donde eres incapaz de orientarte y saber en qué parte del libro estas. No puedes contar las páginas. No sabes cuanto libro te queda. Solo puedes seguir leyendo y ver hasta donde los Cruces te van a llevar.
Cubiertas de Cruces en otras ediciones
Romance y misterio histórico con toque sobrenatural
Es difícil intentar etiquetar Cruces. Historia de dos almas. Tampoco lo necesita, claro. Probablemente la vertiente de ficción histórica y romántica sea la esencia central de la novela, pero también lo son el toque de misterio, lo sobrenatural y cierta dosis de metaficción que lo rodea todo. Aventuras conspirativas, eventos canónicos de la historia y la transmigración de las almas (con ecos de David Mitchell y su Mitchellverse) se dan la mano durante las cuatrocientas páginas del relato. El cruce, una práctica que realizan desde hace mucho tiempo los habitantes de la isla de Oaeetee, es un intercambio espiritual en el que dos individuos cuidadosamente preparados pasan al cuerpo del otro. La búsqueda de Alula de su amado (Koahu) que realizó un mal cruce, la llevará a través de siete cuerpos y a lo largo de dos siglos de historia. Y con ella, como lectores, vamos nosotros.
Vidas y vidas que sirven a la novela para presentar una variedad de culturas, lugares y períodos de tiempo, aunque un poco por encima. La mezcla geográfica y cultural añaden una capa más a la lectura, así como la utilización de personajes (Baudelaire, Walter Benjamin,...) y escenarios reales (París en distintas épocas), donde el racismo y el colonialismo desempeñan papeles importantes, al igual que la guerra y su violencia irracional. Sin embargo, en el centro, en su pura identidad, Cruces. Historia de dos almas, es un romance resultado de la obsesión, de las variables respuestas del amor y la culpa transformados en una sola energía: la búsqueda. Al final, Cruces es casi como una especie de excursión a través del tiempo, los libros, la filosofía, la espiritualidad y la misma existencia humana desde un vistazo (más) superficial, encajada como muñecas rusas e invitándonos a pensar en nuestras propias historias, en cómo estas se entrelazan en el tiempo y nos conectan con las de otros. Ya lo dice el mismo libro: el final de una historia no es más que el principio de otra, y Cruces demuestra, una vez más, que todos —de alguna forma— estamos conectados por eso que llaman humanidad.
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