Literatura ergódica: qué es y dónde encontrarla


Siempre que menciono que uno de los tipos de ficción que más me interesa en la actualidad es la literatura ergódica, la mayoría de gente se me queda mirando con cara de no tener ni la más remota idea de que narices estoy hablando. Tampoco me extraña del todo, dado que la explicación de lo que es ergódico y lo que no puede ser un tanto (mucho) confusa y está sujeta de forma constante a interpretación. También a que es un tipo de literatura (que no género, ya que no guarda unidad estética, temática, historia literaria, o incluso tecnología material) relativamente inexplorado —que no reciente— donde aún queda mucho espacio para la innovación y la experimentación, sobre todo ahora que los medios digitales y las narraciones interactivas están a la orden del día. Para empezar, el término ergódico proviene de la unión de dos palabras griegas: ἔργον (trabajo) y ὁδός (recorrido), y que determina, según el estudioso Espen J. Aarsethse, a las obras que requieren un esfuerzo relevante por parte del lector para atravesar el texto. Esta sería su definición:

En la literatura ergódica, se requiere un «esfuerzo relevante» por parte del lector para atravesar el texto. Si la literatura ergódica tiene sentido en tanto concepto válido, entonces debe haber también una literatura no-ergódica, donde el esfuerzo por atravesar el texto sea trivial, sin responsabilidad extranoemática para el lector, más allá de mover los ojos o pasar las páginas. Aarsethse, E.J. (1997) Cybertext: Perspectives on Ergodic Literature: Johns Hopkins University Press

Sin embargo, la definición puede quedar demasiado amplia e indeterminada, englobando otros tipos de narrativa como la hipertextual (y que podríamos meter en este cajón, por supuesto), ya que también suponen un sistema de texto(s) interconectados donde los lectores pueden navegar a través de una serie de rutas no lineales haciendo clic en ciertos hipervínculos. Se trata de una escritura no secuencial donde el texto se bifurca y permite opciones al lector. El ejemplo más fácil y que casi todos conocemos, por poneros en perspectiva, son los libros de Elige tu propia aventura. Sin embargo, este formato tiende a lo digital de forma habitual, sobre todo en los últimos años, y son obras como Una tarde, una historia, de Michael Joyce (1987-1990) o Patchwork Girl (1995) ejemplos mucho más representativos del tipo de ficción que proponen.

La ficción hipertextual limitada a nodos y vínculos podría considerarse literatura ergódica, sin embargo, nunca cibertexto. Aunque ambos son considerados una forma más de literatura ergódica es el cibertexto, que proviene de la palabra griega kybernetes (timonel) sumada al prefijo texto (estructura distintiva para producir y consumir significado verbal), el que se considera como un subgénero de la misma. La ficción hipertextual y el cibertexto parten de la variedad simple de nodos y enlaces. Se requiere un esfuerzo no trivial para que el lector recorra el texto —ya que debe seleccionar constantemente qué enlace seguir— pero al hacer clic en un enlace, siempre conducirá al mismo nodo. El medio importa y cada usuario obtiene un resultado diferente según las elecciones que haga. Llegar al mensaje es tan importante como el mensaje mismo, y ese camino, requiere cierto esfuerzo por parte del usuario. Las distinciones, una vez más, son poco claras y precisas.

Aarsethse, E.J. (1997) Cybertext: Perspectives on Ergodic Literature

¿Qué es la literatura ergódica...
El extraño y poco convencional mundo de la literatura ergódica es uno donde las palabras no se limitan a permanecer en la página, sino que alteran la estructura misma de la narración y modifican el acto de leer. La ficción ergódica es ante todo interactiva, desafía las nociones tradicionales de la narración lineal y convencional, y exige una atención plena y una participación totalmente activa. Podrías decir entonces que cualquier tipo de narración es interactiva, y estaría —en parte— de acuerdo contigo. Lo difícil aquí de definir es ese tipo de participación, que literalmente podría ser de cualquier clase. La literatura ergódica no se define por el medio, sino por la forma en que funciona el texto. Se trata entonces menos de la narrativa del libro y más de cómo el autor presenta esa narrativa en la página, donde trata de generar una interacción co-creativa, es decir, siempre construida entre el autor, el texto y el propio lector.

No por nada las raíces de la palabra ergódico son trabajo y recorrido. Embarcarse en la literatura ergódica es un viaje que exige esfuerzo, compromiso y un trabajo casi detectivesco a cambio de una experiencia dinámica, inmersiva, laberíntica y que siempre será totalmente personal. Aquí no solo se trata de leer y consumir de alguna forma la información, si no que debemos trabajar y crear nuestro propio significado. Por ejemplo, cada cuento de elige tu propia aventura que lees — habitualmente en edades tempranas— es inherentemente ergódico. Lo mismo pasa con los videojuegos, donde cada vez que se juega nunca se obtiene el mismo resultado, pese a estar sometido a las mismas reglas integradas: las narrativas difieren por culpa de nuestras decisiones. Somos, en cierta manera, autónomos en la creación narrativa. Es decir, tenemos un texto que pone unas reglas sobre el tablero, pero es el lector el que genera y crea esa narrativa. Sin embargo, pese a lo complejo que puede parecer todo, lo ergódico no es inherentemente difícil, tan solo exige ciertos esfuerzos a los lectores que van más allá de lo común.

Ilustración de Jessica Fortner

Cada día vemos como las formas narrativas interactivas están ganando terreno a las formas (quizá) más tradicionales de lectura, desafiados a medida que el consumo de literatura cambia de forma y perspectiva en el mundo. Nuestra actual era digital permite nuevas opciones y experimentos, alejándonos (a veces) de un consumo mucho más pasivo hacia un formato en el que nosotros mismos interactuamos con los textos de una manera diferente. Por ejemplo, videojuegos como The Last of Us o Life is Strange, las aventuras gráficas de Telltale Games o incluso, los experimentos audiovisuales de Netflix como fueron Black Mirror: Bandersnatch (2018) y Choose Love ( 2023) son ficciones donde el espectador debe tomar decisiones en nombre del protagonista, asumiendo el doble papel de director y espectador aunque la ruta esté prefijada.

Leer literatura ergódica no se trata sólo de seguir una historia desde el principio hasta el final, supongo que es lo que estoy tratando de transmitir y definir. Pide a los lectores tiempo, esfuerzo, compromiso y ciertas habilidades analíticas respecto al texto. Es un camino menos sencillo, más interesante (para algunos) y probablemente — para bien o para mal— más memorable. Es una experiencia única, que requiere caminar por senderos no lineales y redefine la relación entre el lector y el texto al que se enfrenta. Cada uno obtendrá su propia experiencia de lectura, lo que hace de cada libro o videojuego una aventura por excelencia donde se desdibuja, de cierta manera, la frontera entre el escritor y el lector. Como dice el famoso lema de Brandon Sanderson — y que llevo tatuado— lo más importante es el viaje antes que destino.

… y dónde encontrarla?
Una vez definida la literatura ergódica como tal, lo que quizá te preguntes es donde encontrarla. Probablemente hayas escuchado hablar de alguno de ellos. Sobre todo, de su mayor exponente conceptual, el descatalogado — en español— Casa de Hojas (2013, Alpha Decay & Pálido Fuego), de Mark Z. Danielewski. Un libro que trata sobre un libro que trata sobre una película que trata sobre una casa que es un laberinto. Es, en resumen, un libro que es un laberinto. En 1963 se publica un documental que lleva por título El expediente Navidson. Grabado y montado por el famoso fotoperiodista Will Navidson, es la crónica de una casa que parece ser más grande por dentro que por fuera. Una casa que alberga pasillos oscuros, salas interminables y escalinatas infinitas. Dicho documental es analizado en un pormenorizado y detallado estudio académico por un misterioso anciano llamado Zampanò. Y dicho ensayo, es encontrado, rescatado y transcrito, tras una aciaga noche, por un tatuador de Los Ángeles llamado Johnny Truant. Sin embargo, a su vez, este texto es anotado y editado por unos editores anónimos.


Casa de hojas se confecciona como un artefacto narrativo compuesto de dos voces principales, notas al pie, apéndices, cartas codificadas y mil acertijos más que desafían al lector y lo vuelven una parte activa de la misma. Lo mismo sucede con S. El barco de Teseo (2023, Duomo Ediciones), la famosa obra ideada por J. J. Abrams y escrita por Doug Dorst, donde en un ejemplar de una novela de ficción titulada El barco de Teseo, supuestamente escrita por el autor V. M. Straka y traducida al inglés (o español) por F. X. Caldeira, encontramos las anotaciones de dos estudiantes que comparten una copia de biblioteca de la novela y se ven envueltos en todo un misterio repleto de peligro(s) mientras intentan desvelar la verdadera identidad de V. M. Straka y su relación con Caldeira.

Si nos vamos un poco atrás en el tiempo, uno de los títulos que hay que mencionar es Rayuela (1963, Alfaguara), el conocido texto de Julio Cortázar que rompe con la linealidad al ofrecer al lector la posibilidad de elegir el orden de los capítulos entre dos secuencias. Aunque la realidad no cambia la relación entre el autor y el lector, los supuestos capítulos prescindibles del libro responden algunas de las preguntas de la historia principal y cambian la forma en que asimilamos la información. Es decir, cada experiencia con el libro genera una nueva capa de significado. Lo mismo pasa con la metatextual Pálido Fuego (1992, Anagrama), de Vladimir Nabokov. Un largo poema de un autor ficticio y un comentario erudito obsesivo a continuación nos hace preguntarnos por cuál es el nivel del texto que crea la verdadera historia: el poema, el comentario o el subtexto que une a ambas. Una vez más, es el lector mismo el que interactúa con la novela y crea su propia historia junto al autor.


Alejándonos un poco del formato físico y convencional, debe mencionarse como protoergódico la obra de literatura electrónica Afternoon, a story, de Michael Joyce. Publicada por la compañía Eastgate Systems en 1990 y considerada como la primera obra de narrativa hipertextual, narra la historia de Peter, un hombre recientemente divorciado, que ha visto un accidente de coche y que piensa que su hijo puede estar herido o muerto a causa del choque. La historia se presenta dividida en fragmentos de texto de extensión variable por los que el lector navega mediante hiperenlaces. Todas y cada una de las palabras del texto son enlaces, aunque el lector no sabe de antemano qué página visitará pinchando en cada palabra. Otro ejemplo de esta corriente sería Stir Fry Texts (1999), de Jim Andrews, un cibertexto donde la mano de el lector, a través de el ratón y su puntero virtual sobre la superficie de la pantalla, mueve los textos, confeccionando nuevas combinaciones y posibilidades entre correos electrónicos, citas, poesías concretas y ensayos tanto como la escritura, cortadas con herramientas de programación DHTML.

Dos ejemplos un tanto curiosos dentro de la literatura ergódica los componen Cien mil billones de poemas (2011, Demipage), de Raymond Queneau y el Diccionario jázaro: novela léxico (1989,Anagrama), de Milorad Pavić. En la primera, Queneau propone al lector un conjunto de diez sonetos impresos en cartulina con cada línea en una hoja separada por una banda, donde cualquier verso de un soneto se puede combinar con cualquiera de los otros nueve. De diferente forma, el Diccionario jázaro de Pavic, toma la forma de tres mini-enciclopedias con dos versiones — masculina y femenina— que solo difieren en un pasaje crítico. En su interior cuenta un acontecimiento histórico generalmente fechado en las últimas décadas del siglo VIII o principios del siglo IX, cuando la realeza y la nobleza jázaras se convirtieron al judaísmo, y parte de la población general los siguió. Como no hay una cronología establecida ni un orden determinado de narración, es el lector quién debe componer el libro por si mismo y jugar el papel de co-creador con Pavic y su texto.


Cercana a esta forma de literatura ergódica podemos establecer a Los desafortunados (2015, Rayo Verde), de B. S. Johnson, un libro experimental publicado originalmente en 1969 que se encuentra en una atractiva caja del tamaño de un libro. En la caja hay hojas sueltas de 27 secciones sin encuadernar, y aunque aparecen etiquetadas las primeras y las últimas páginas, el resto depende absolutamente del orden que nosotros le queramos dar. Este libro es una especie de memoria, el recuerdo de un amigo suyo que había muerto de cáncer, y a través de esos recuerdos recompuestos formula una metáfora del funcionamiento de nuestra mente y la aleatoriedad de nuestra memoria. Algo parecido a Composición Nº1 (2012, Capitán Swing), de Marc Saporta, un libro compuesto de páginas sin encuadernar y sin numerar, dispuestas al azar en una caja. Igual de divergente se puede considerar Facsímil (2021, Anagrama), de Alejandro Zambra, donde la relación entre palabras y significados trata de exprimirse al máximo a través de un examen de elección múltiple. Una novela que habla sobre muchas cosas (relaciones paternas, política,…) y a la vez no parece hacerlo.

Cambiando de tercio, mi parte favorita de la ficción ergódica es la que esta realizada a través de múltiples documentos. Un ejemplo fácil y cercano de forma temática a Casa de hojas es Última sesión (2015, Random House), de Marisha Pessl, donde un periodista cuya vida está en caída libre investiga el suicidio de la hija de un infame cineasta de culto. La peculiaridad es que todo esta narrado intercalado con artículos, fotografías, documentos, páginas de Wikipedia, entrevistas y mucho más. A su lado podría tener una conversación la novela de ciencia ficción XX (2020, Picador), de Rian Hughes, donde a partir de informes redactados de la NASA, obras de arte, artículos de revistas, transcripciones secretas y una novela dentro de una novela, donde un experto en inteligencia artificial y su grupo de trabajo encuentran es una compleja red alienígena más allá de todo lo que la humanidad haya imaginado cuando intentan descifrar una comunicación extraterrestre detectada en el Observatorio Jodrell Bank en Inglaterra.


Pertenecería al mismo grupo Illuminae (2016, Alfaguara), la trilogía de novelas de Amie Kaufman y Jay Kristoff contada a través de un fascinante dossier de documentos pirateados (que incluyen correos electrónicos, mapas, archivos, mensajes instantáneos, informes médicos, entrevistas y más) donde corre el año 2575 y dos megacorporaciones rivales entran en guerra por un planeta de los confines del universo. Bajo un diluvio de fuego enemigo, los ex novios Kady y Ezra — que ahora apenas se hablan— tratan de abrirse camino hasta la flota de evacuación mientras una nave militar enemiga les pisa los talones y una plaga mortal ha mutado, con resultados aterradores. Así mismo lo haría la inabarcable theMystery.doc (2017, Grove Press), la maxi-novela de Mathew McIntosh donde seguimos a un joven escritor y su esposa mientras intenta escribir la continuación de su primera novela, en busca de una forma que exprese el mundo tal como lo ha sido. En parte historia de amor, en parte memorias, en parte documental, en parte novela policíaca existencial, theMystery.doc nos envuelve entre anuncios emergentes, resultados de búsqueda, chats web, fragmentos de conversaciones, líneas de código e imágenes fijas de películas y televisión, manuscritos alquímicos, obras de literatura clásica y la historia de un hombre que se despierta una mañana sin recordar quién es, donde su única pista es un único documento en blanco en su computadora llamado themystery.doc.

Y si hay un ejemplo de que en la ficción ergódica importa realmente más el cómo, el viaje, que lo que se cuenta, que el destino, tenemos que hablar de La memoria del tiburón (2008, Salamandra) de Steven Hall. En el fondo, esta es una historia de amor sencilla, entre un hombre cuyos recuerdos habían sido devorados por un tiburón conceptual y una mujer a la que pudo haber amado en su existencia previa a la pérdida de memoria. Sin embargo, todo está contado mediante poesía concreta, chistes lingüísticos y referencias culturales que utilizan diferentes tamaños y estructuras tipográficas para crear imágenes como una forma literal de resaltar el cruce entre la realidad objetiva y su descripción. El libro consta de 36 capítulos principales vinculados a la propia novela y por si fuera poco, también por 36 secciones adicionales "pérdidas", conocidas como "negativas" o "no capítulos" que existen fuera del texto impreso principal. Estos 'capítulos no' adicionales (también escritos por Steven Hall) se han encontrado periódicamente desde el lanzamiento inicial del libro, ocultos en línea o en el mundo real. No todos los negativos están en línea, algunos sí, pero otros se esconden en el mundo real, esperando (aún) a ser encontrados.


Y si hablamos de la narrativa ergódica como algo más interactivo, como una literatura donde manipulamos algo físico, también debemos mencionar El enigma de Caín (2022, Alfaguara), de E. Powys Mathers así como Nox (2018, Vaso roto), de Anne Carson. El libro de Mathers tiene ya sus buenos años, concretamente 90, y pocos — solo 3 personas— han conseguido descifrarlo. Las cien páginas/tarjetas de este libro puzle están desordenadas y contienen seis misterios que debemos descifrar mientras reordenamos todas sus páginas. Muy, pero que muy diferente, sería Nox, una mezcla de poesía, prosa y elementos visuales con formato de acordeón que resultan prácticamente imposible de leer de la forma lineal tradicional. Son fragmentos perdidos entre fotografías, recortes y traducciones del latín que imitan el desarrollo de la memoria y recuerdan la complejidad del duelo.

¿Te imaginas un libro creado literalmente de otro libro? Eso es Tree of codes (2010, Visual Editions), de Jonathan Safran Foer, donde cogiendo el libro The Street of Crocodiles de Bruno Schulz crea una nueva historia cortando palabras de las páginas. Sin embargo la obra de arte no se queda ahí, Sagran no se limita a crear una nueva historia, si no que va más allá y entabla un diálogo literario con Schulz, dando nueva vida a una narrativa ya existente, desafiando las nociones tradicionales de autoría a través de su relación intertextual. En esta vertiente más interesada por el arte también podríamos meter la novela corta La biblioteca secreta (2014, Libros del Zorro Rojo) de Haruki Murakami, donde entre las ilustraciones de Kat Menschik y el texto son utilizadas en la página como una forma de contar la historia de un niño que hace un inocente viaje a su biblioteca habitual. De la misma manera actúa la trilogía Griffin & Sabine (1991, Chronicle Books), una serie de correspondencias — que incluso se pueden abrir y desplegar y con tipografías diferentes para cada uno— de Nick Bantock donde nos cuentan la historia de una inusual historia de amor entre dos artistas.


Y aunque hay varias novelas que no siguen los formatos tradicionales de lectura, como por ejemplo los misterios criminales de Janice Hallet, algunos de los experimentos narrativos de Italo Calvino como Las ciudades invisibles o Si una noche de invierno un viajero, o la curiosa El atlas de ceniza (2013, Alpha Decay) de Blake Butler, una novela en historias que cuenta una serie de extraños apocalipsis que han azotado a Estados Unidos; no todas tienen por que ser literatura ergódica, aunque puedan compartir algunos rasgos característicos (sobre todo los interactivos) de la misma. Sin embargo, no quería cerrar el artículo sin hablar de un libro que comparte justamente lo que más me gusta de este tipo de libros: otorgar el poder de crear. Se trata de la novela gráfica Fabricar historias (2014, Reservoir Gráfica) del genio Chris Ware, donde de la idea de la lectura como juego es llevada a una nueva dimensión. En él se encuentran 14 cuadernillos individuales de diferentes formas, tamaños y formatos. Flashbacks, flashforwards, no linealidades de todo tipo… nuestras percepciones pueden diferir según la secuencia que elijamos y el orden, una y otra vez. Somos creadores de historias a la vez que Chris Ware las comparte con nosotros y nos facilita el vehículo por el que recibirlas. Es completamente probable que nadie haya experimentado la misma historia que tu cuando la leas, y eso es, probablemente, la máxima que busca la literatura ergódica. Y posiblemente, lo que me resulte tan interesante de cada propuesta.


Fuentes:
Aarsethse, E.J. (1997) Cybertext: Perspectives on Ergodic Literature
Baron, Melissa (2021) Books Like HOUSE OF LEAVES: An Intro To Ergodic Fiction: Book Riot.
Tyler Elliot, Ben (2023) Ergodic Literature: What It Is and Why It Matters: Weird novels
Bram, Uri (2023) The Best Ergodic Fiction: Five Books.
Gamero, Alejandro (2013) Lectura en la Era Digital: La piedra de Sísifo.

Comentarios

  1. Sólo un pequeño comentario a este interesante, muy interesante artículo del cual te doy la enhorabuena, y es que, anterior a la publicación de Rayuela, Enrique Jardiel Poncela publicó en 1932 la novela "La tournee de Dios", el cual, tiene los capítulos desordenados. Según comenta el autor, se puede leer de tres formas diferentes: tal y como está, desordenado por capítulos, y que es perfectamente legible; desencuadernar el libro y volverlo a encuadernar en su orden correcto; y la última posibilidad, directamente tirar por la ventana el libro sin leerlo. Es sólo una pequeña curiosidad que, humildemente, quería resaltar. Un saludo.

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    1. WoW, GRACIAS, has llamado totalmente mi atención y he ido corriendo a reservarme un ejemplar (he visto que mi adorada Blackie Books tiene una edición del mismo). Gracias por tus palabras sobre el artículo <3

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  2. No es un tipo de literatura que me llame en lo personal, pero creo que le daré una oportunidad en el futuro. ¡Gran artículo! Un saludo.

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