Frances Hardinge (trad. de Noemi Risco Mateo)
Editorial Bambú
Rústica | 522 páginas | 14,50€
Una maldición puede ser un regalo (no habitualmente) o un castigo para muchos. Dice su definición que es la expresión de un deseo maligno dirigido contra una o varias personas. ¿Qué pasaría si pudieras expresar ese deseo —transformado desde tu ira, impotencia o frustración— causando verdaderas repercusiones en los demás y en el mundo? Frances Hardinge, autora de distinguidas novelas como El árbol de las mentiras o La canción del cuco, se sumerge y crea un mundo sombrío donde algunas personas tienen la capacidad de maldecir a los demás. Sus libros, habitualmente distinguibles por su prosa (bellamente traducida aquí por Noemi Risco Mateo) de cuento de hadas oscuro y su increíble creación de mundos, vuelve en El destramador de maldiciones (ganadora del premio Mythopoeic este mismo año) a hacer gala de toda su habilidad y teje (nunca mejor dicho) una espeluznante historia repleta de conflictos internos, de cómo repercute el poder en manos que no lo saben manejar y, sobre todo, de la falibilidad, el cambio y el crecimiento humano.
Radiz, un lugar peculiar
En el país de Radiz algunas personas tienen la capacidad de maldecir a sus enemigos. Otras, como Kelen, tienen la habilidad de destramarlas. Y algunas, como Netel, han sido salvadas por su poder. Ahora, junto a su fiel aliada y compañera, Kelen viaja a través del país deshaciendo (o destramando) las maldiciones que puede a su paso. Pero aquel que destrama los maleficios lleva una maldición en sí mismo, a menos que Netel y él mismo puedan destruirla. Kelen es un peligro para todo y todos a su alrededor. Una gran organización, a instancias del Gobierno, parece estar detrás de ello. Kelen y Netel, acompañados y respaldados por un miembro (especial) del gobierno, se embarcarán en una gran aventura para sacar el mayor de los secretos de Radiz a la luz y encontrar a la Organización que parece estar orquestando, bajo las sombras, todo un ejército de maldecidores.
Cubierta de la edición americana
Aventura detectivesca
Gran parte de la obra de Hardinge suele estar en relación con el poder, la corrupción y, por supuesto, las mentiras (piadosas) que sostienen el mundo. Aquí, en esencia, El destramador de maldiciones se trata de una novela de aventuras y de detectives. No es el caso de la semana, pero Kelen y Netel nos sumergen en su mundo como el detective y su brújula moral, resolviendo un misterio criminal (tras otro) y tratando de encontrar el hilo conductor de todo. Un mal en ciernes que va cobrando forma, caso a caso, pista a pista, guiándonos con mano firme (y a veces despistándonos) por una ingeniosa construcción tanto de su mundo como de sus personajes. Todo fluye, todo parece ir solo, y como el cauce de un río, todo parece encontrar su final y desembocadura adecuada. No es Agatha Christie —y a veces se repite un poco— pero tampoco le hace falta. La estela de Kelen y Netel es suficiente andamio para desentrañar y sostener todos los misterios que rodean Radiz y a nuestros protagonistas.
Kelen y Netel
Si algo sostiene con fuerza a El destramador de maldiciones es Kelen, que tiene el don de deshacer y revertir las maldiciones, y Netel, que fue maldecida en el pasado y encerrada en forma de garza, y ahora, vive con sus remordimientos a la vera de Kelen. Ambos forman una especie de amistad tóxica, una relación compleja de dependencia sin estar de acuerdo en varios puntos vitales, como los maldecidos o los maldecidores. Mientras Kelen solo busca entender y resolver cada una de las maldiciones que se le presentan, es Netel la que ve el otro lado, aunque no lo expresa, de resolverlas. Como lo ha vivido en sus carnes, sabe lo que significa volver de estar maldecida. Piensa en el increíble trastorno de volver, en los pedazos de sus vidas que les queda. Lo mejor de El destramador de maldiciones es como ambos comienzan a curarse entre sí, a entenderse y confiar con el tiempo, poniendo de su parte, convirtiendo su dilema principal en un aprendizaje y fortaleza para ambos. Simplemente sobreviven rotos buscando cómo existir en el mundo.
Gran parte de la obra de Hardinge suele estar en relación con el poder, la corrupción y, por supuesto, las mentiras (piadosas) que sostienen el mundo. Aquí, en esencia, El destramador de maldiciones se trata de una novela de aventuras y de detectives. No es el caso de la semana, pero Kelen y Netel nos sumergen en su mundo como el detective y su brújula moral, resolviendo un misterio criminal (tras otro) y tratando de encontrar el hilo conductor de todo. Un mal en ciernes que va cobrando forma, caso a caso, pista a pista, guiándonos con mano firme (y a veces despistándonos) por una ingeniosa construcción tanto de su mundo como de sus personajes. Todo fluye, todo parece ir solo, y como el cauce de un río, todo parece encontrar su final y desembocadura adecuada. No es Agatha Christie —y a veces se repite un poco— pero tampoco le hace falta. La estela de Kelen y Netel es suficiente andamio para desentrañar y sostener todos los misterios que rodean Radiz y a nuestros protagonistas.
Kelen y Netel
Si algo sostiene con fuerza a El destramador de maldiciones es Kelen, que tiene el don de deshacer y revertir las maldiciones, y Netel, que fue maldecida en el pasado y encerrada en forma de garza, y ahora, vive con sus remordimientos a la vera de Kelen. Ambos forman una especie de amistad tóxica, una relación compleja de dependencia sin estar de acuerdo en varios puntos vitales, como los maldecidos o los maldecidores. Mientras Kelen solo busca entender y resolver cada una de las maldiciones que se le presentan, es Netel la que ve el otro lado, aunque no lo expresa, de resolverlas. Como lo ha vivido en sus carnes, sabe lo que significa volver de estar maldecida. Piensa en el increíble trastorno de volver, en los pedazos de sus vidas que les queda. Lo mejor de El destramador de maldiciones es como ambos comienzan a curarse entre sí, a entenderse y confiar con el tiempo, poniendo de su parte, convirtiendo su dilema principal en un aprendizaje y fortaleza para ambos. Simplemente sobreviven rotos buscando cómo existir en el mundo.
Cubierta de la edición tapa blanda UK
El mundo inmersivo de Hardinge
¿Acaso Radiz y su folclore no existen? Cuando uno cierra El destramador de maldiciones piensa y siente que ha vivido en Radiz por un tiempo. Que existe y es real. La inventiva y la acomodada construcción de su mundo es de lo más inmersiva. Si tienes que viajar al país de Radiz, prepárate bien, comienza la novela. No me extraña. Hardinge sabe moverse como pocos en los mundos de las hadas, otorgando ciertas reglas estrictas y costes que aprendemos con el tiempo. Los escenarios se sienten reales, las maldiciones y maldecidores, así como las instituciones, otorgan verosimilitud a lo que narra; y las criaturas que pululan por la historia, son de lo más originales (aunque un poco spoiler mencionarlas). Sin embargo, la clave, es la propia historia del pasado de Radiz. La tregua entre la nación y la Tierra Salvaje es un equilibrio insostenible y peliagudo, entre lo conocido y lo desconocido, entre fronteras y medias tintas. El viaje de Kelen y Netel nos mostrará las dos partes del conflicto, construyendo una visión global de lo rota que esta la sociedad de Radiz, aunque ellos no sean conscientes de ello. Aquí, es un tabique central, el ladrillo que no puede faltar y que apuntala, quizás un poco más, el proceso de crecimiento de Kelen y Netel.
Elementos en conflicto
Si algo me fascina de El destramador de maldiciones es como muestra dos mundos fronterizos que viven en un conflicto permanente y silencioso. El mundo humano, dirigido por la cancillería, y el mundo salvaje, gobernado por el poder de las leyendas, el de los hermanitos. Ambos viven en tensión, unos más conscientes que otros, dando forma a las causas y consecuencias de las maldiciones. Maldecidores, maldecidos y humanos conviven, sin embargo, en el miedo, en las leyendas, en el del odio y la traición que pesa sobre ellos. Las consecuencias —físicas o psicológicas— que muchos han vivido hacen temblar los cimientos del mundo. La amistad y la lealtad no son elementos que convivan en Radiz. Departamentos gubernamentales e instituciones tratan de controlarlo (y casi ocultarlo) todo. Sin embargo, los huevos de maldición y los maldecidores no desaparecen. ¿Cómo se convive con ese regalo? Hardinge tiene la respuesta, y es el verdadero meollo de todo: tratando el daño y cuidándolo en el tiempo.
Otras reseñas de interés:
Leyendo tu reseña se me ha puesto la piel de gallina como cuando cerré el libro al terminarlo. No puedo estar más de acuerdo contigo en todo lo que dices, y ahora quiero leer más libros de Hardinge.
ResponderEliminarHola, Mangrii:
ResponderEliminarMe he quedado medio enamorada con todo lo que has dicho... y con esas portadas, ¡qué bonitas son todas!
Un beso y gracias por la reseña :-)
Pfff qué bien la has presentado. Apuntadísima! Gracias por tantos tantos tantos libros!
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